“Ayúdenme, ayúdenme, por favor. Duele, duele mucho. Oh, Dios mío, Dios mío”, clamaba, llorando, la estadounidense Bethanie Mattek-Sands, tirada sobre el césped de la cancha 17 de Wimbledon. Instantes antes, había subido a la red en busca de una volea que nunca llegó a impactar porque su rodilla derecha se trabó en el piso y quedó desparramada en el suelo, soltando gritos desgarradores, ante cientos de aficionados que se tomaban la cabeza. Su rival, la rumana Sorana Cirstea, saltó al otro campo para auxiliarla y quedó pasmada por lo que veía apenas se acercó. Apenas logró llevarse la mano a la cara, mirar hacia el árbitro y acompañar el pedido de auxilio.
Enseguida, los servicios médicos del torneo tuvieron que actuar en el lugar. Fueron casi 20 minutos. Ya no se trataba sólo de la lesión y el dolor. El momento desgarrador fue más allá: Mattek-Sands, psicológicamente abatida, precisó incluso de asistencia de oxígeno antes de abandonar la cancha en camilla y ser evacuada rápidamente a un hospital.
Cirstea pasó a la tercera ronda por el lógico abandono después de que había ganado el primer set por 4-6 y caído en el segundo por 7-6 (4). Su próxima rival será la española Garbiñe Muguruza, que luego superó por 6-2 y 6-4 a Yanina Wickmayer. No obstante, para la rumana también será difícil sacarse esas imágenes y esos alaridos de la cabeza.
El momento de la lesión
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