“Hola Tati”, saluda un mexicano mientras separa sus latas. “Hi Tati”, enuncia un norteamericano que ordena las botellas ya clasificadas. “Tat”, dice una mujer asiática con un sombrero que le permite cubrirse de un sol que aún se hace sentir en los últimos días de verano en Estados Unidos. Así todos le dan la bienvenida a Agustina Besada o Tati, como la conocían sus amigos en la Argentina, y como la conocen hoy sus compañeros de trabajo en Sure We Can, una organización sin fines de lucro que recolecta las latas y botellas en Brooklyn.
Alrededor de todos ellos, toneladas de latas y botellas de plástico y vidrio visibilizan la cara oculta del hiperconsumo: los residuos.
“Sure We Can es como una cooperativa de cartoneros de la Argentina, pero con una estructura diferente, con toda una serie de programas extras [compostaje, arte, jardín, granja] que enriquecen y potencian la actividad del reciclaje. Es una comunidad de personas que recolecta residuos valiosos en las calles y los trae acá; en eso es muy parecido a mi país de origen”, así lo define la joven argentina que, desde julio pasado, ocupa el cargo de directora ejecutiva de la organización. Para sintetizar, tanto ella como cada uno de los miembros de la organización prefieren definirlo como “un centro de reciclaje, un hub de sustentabilidad, un espacio de comunidad”.
Un camino difícil
Llegar a asumir esa responsabilidad fue un camino difícil. Con una formación académica en Estados Unidos en Management Sustentable y un pasado dedicado a la temática de los residuos y la posibilidad de su aprovechamiento a partir de la economía circular, la diseñadora industrial decidió dejar su trabajo en el Centro de Investigación Aplicada en la Universidad de Columbia para asumir, quizás, el mayor desafío de su vida: ser directora de Sure We Can.
Si en la Argentina los recolectores urbanos fueron en un inicio popularmente conocidos como “cartoneros” por el material que juntaban de las calles, en los Estados Unidos es también la materia del residuo lo que les da una definición y significación a quienes se acercan a diario a la organización: canners por la palabra de lata en inglés (can) y de allí el obvio vínculo con el nombre de la organización.
Los motivos por los cuales estas personas llegaron a convertirse en canners son el desempleo y la situación legal en el país. Tras no encontrar trabajo, Walter, oriundo de El Salvador, comenzó a recolectar latas y botellas. Hoy ser canner se convirtió en su trabajo principal. Vive en un shelter (residencia temporal para personas que viven en la calle) y, tras una larga charla reflexiva, confiesa: “Uno ayuda, pero también ¡ve las grandes montañas de basura que hay en las ciudades! Yo sólo proceso 40 a 50 bolsas de botellas en un día, y al siguiente vuelven a haber otras 60 bolsas”.
Agustina explica que la comunidad está integrada por 400 canners de múltiples países y culturas, con fuerte predominio de la comunidad latina del barrio que lo rodea, y las afroamericana, asiática (con predominio de China) y polaca. Esa diversidad se observa en los carteles, donde todo se indica en inglés, español y chino.
“Nuestra comunidad son los canners, pero también los chicos de las escuelas vecinas, los restaurantes que nos dan sus desechos para el compost, las personas que traen sus residuos, los voluntarios que participan en actividades”, agrega, mientras recuerda cómo ella misma alguna vez empezó siendo voluntaria y hoy lidera un equipo con casi 10 empleados fijos que, espera, continúe creciendo.
Con esta labor, la entidad contribuye al cuidado del ambiente al evitar que 50.000 unidades por día terminen en un vertedero. Sólo en 2015 evitaron que 10 millones de envases afectaran al ambiente y pudieran encontrar un nuevo destino de utilización.
Los orígenes
Sure We Can fue fundada en 2007 por la monja española Ana de Luco en la búsqueda por mejorar las condiciones de vida de los homeless o personas que viven en la calle por no tener un hogar, con la intención de ofrecerles un espacio donde realizar y promover su trabajo, pero también en el que encuentren contención, compañerismo y amistad.
Pero todo ese trabajo no hubiera sido posible sin la ayuda de Eugene Gadsen, que la guió cuando ella quiso acercarse a los homeless, vivir como y con ellos, conocer sus necesidades y sus opiniones.
Por aquel entonces era una persona que vivía en la calle, un canner solitario más. Hoy es el responsable del sistema de compostaje de la organización.
Con más de 30 años de experiencia como reciclador y consciente de la responsabilidad que significa estar a cargo del sistema de compostaje, Eugene observa contento a sus compañeros y asegura: “Hemos logrado crear un sentido de comunidad con este espacio”.