Porque un recluso amotinado aseguró que habría menos violencia en las prisiones si se practicara más sexo.
Tanto los nombres como la información que podría identificar a estas personas se han modificado para preservar la intimidad.
Stuart Horner, que cumple una pena de cadena perpetua por homicidio en la prisión de Strangeways, compareció a principios de marzo ante un tribunal imputado por un delito de daños criminales y alteración del orden público, tras haber pasado 60 horas encaramado al techo del centro penitenciario en septiembre de 2015. En su alegato, Horner aseguró que no habría tanta violencia en las cárceles si se permitiera a los presos mantener relaciones sexuales con sus parejas durante las visitas conyugales, una práctica habitual en países como Dinamarca y Canadá.
Aprovechando que imparto clases en una prisión, decidí preguntar a mis alumnos cuál era su opinión al respecto y qué experiencias sexuales habían tenido ellos en prisión.
Toda la razón
Gary, de 38 años, lleva más de cinco en prisión por una serie de sentencias relativamente breves, por robo y agresiones. Está casado con su amor de la infancia, con quien tiene cuatro hijos, todos ellos nacidos en periodos en los que estaba preso. Le pregunto si le parece buena idea que los reclusos puedan acostarse con sus parejas durante las visitas.
“Sí, hombre, claro que sí”, dijo sin dudar. “¿Quién en su sano juicio podría pensar que no es buena idea? Ese tipo tiene toda la razón al protestar. Si dejaran a los presos pasar un rato con sus mujeres, se reduciría la agresividad a la mitad de golpe”.
Gary puede estar en lo cierto, pero le pregunto si cree, por experiencia, que una visita conyugal al mes evitaría que los presos se pusieran como locos cuando, por ejemplo, los funcionarios les quitaran las televisiones de la celda. “Probablemente no”, reconoce entre risas. “La verdad es que yo ya tengo bastantes hijos. ¡Al menos estando aquí no puedo fabricar más!”.
Necesidades básicas
A Raymond, de 39 años, le quedan unos cuantos meses para cumplir su condena de ocho años por participación en un robo armado. También le parece bien la idea de las visitas conyugales, pero le preocupa cuál sería el costo de crear un espacio en el que pudieran reunirse las parejas y de contratar al personal adicional necesario. “No digo que no me apuntara si fuera una opción, por supuesto, pero preferiría invertir ese dinero en mejores camas, colchones, cagaderos que no se atasquen o bocadillos de pollo que tengan pollo de verdad. Yo ya lo veo: un sandwich con un filete de pollo para acompañar esa triste hoja de lechuga y la media rodaja de tomate”.
Entonces, ¿la comida y la comodidad van antes que el sexo? “Sí, por supuesto. La mayoría de los tipos pueden pasarla sin tener sexo. Al final te acostumbras. Pero no es tan fácil vivir sin unas condiciones mínimamente decentes. Si te digo la verdad, no creo que el sexo estuviera entre las veinte prioridades de mejora de ningún prisionero. Tienes que aceptar que vas a estar sin coger hasta que salgas. Es obvio que no estamos de vacaciones”.
Negocio arriesgado
Zack, de 29 años, lleva en prisión la mayor parte de su vida adulta y actualmente cumple prisión preventiva. Una serie de delitos por posesión y venta de drogas podrían costarle otros 12 años de prisión. La posibilidad de disfrutar de visitas conyugales le es tan indiferente como a Raymond y a Gary, aunque él añade que en cualquier caso ya se practica mucho sexo en la cárcel. Le pido que se explique.
“No te imaginas la cantidad de enfermeras que se cogen a los presos, amigo. Aquí y en todas partes. Les gustan los chicos malos. A no ser que seas un junkie sucio, tienes las mismas posibilidades con una enfermera de aquí que las que tendrías con cualquier chica en el bar de la esquina. Mi excompañero de celda, sin ir más lejos, acabó yéndose a vivir con la enfermera con la que se veía estando aquí. Ponían fotos en Facebook de sus vacaciones y esas mierdas. Lo típico”.
Había oído hablar de esos encuentros, pero siempre dudé que fueran ciertos. Parecía una expresión de los deseos de los presos más que un hecho, pero me sorprendió ver que todos en la sala corroboraron lo que Zack acababa de decir. Le pregunté si él había sido testigo de alguna aventura entre funcionarias y presos.
“Es distinto, hermano, es distinto. Si cachan a una enfermera con un preso, la corren y listo. Una y no más. Pero si cachan a una funcionaria con el pito de un preso en la mano, ella también puede acabar en el bote”. Entonces, ¿nunca has oído que ocurriera? “Sí que ocurre, pero no tan a menudo y lo esconden muy bien”.
Menciono la posibilidad de que una historia entre un preso y una empleada de la cárcel salga muy mal. Zack se ríe y empieza a hablar de un tal Jackson. Otros presos de la clase parecen saber de quién está hablando. Le pido a Zack que me hable de él.
“Bueno, durante mi última condena, había un tipo, Jackson, un sujeto muy presumido. Tuvo una aventura con una y se aprovechó todo lo que pudo. Cuando el tipo sale, bota a la chica. Vuelven a meterlo preso y en la misma sección en la que trabaja ella. Le registran la celda cada dos semanas, nunca llega lo que pide de la cafetería, ni los correos… Una tragedia, hermano.
Al margen de la moraleja de la historia de Zack, las opiniones en la sala estaban divididas. En ninguna de las listas de preferencias elaboradas por los presos figuraba el sexo. Es más, en algunos casos incluso preferían no añadirlo a la ecuación.
Steve, un recluso de 32 años condenado por agresión y que se había mantenido al margen durante la conversación, dijo algo que resumió muy bien el sentir general. “Yo soy feliz haciéndome una chaqueta rápida cada noche después de ver Padre de familia. No me hace falta añadir el sexo con mujeres a los dramas que ya tengo aquí. Quiero cumplir mi condena lo más tranquilo que pueda”.