Un cazador arrepentido creó una reserva natural en el valle de Calamuchita

Antes se llamaba Edén; ahora Pumakawa, y la hija del fundador se dedica a cuidar animales, salvar especies en riesgo de extinción y reforestar un bosque autóctono

Cordoba. Hasta hace unos años esta reserva natural en el valle de Calamuchita se llamó “El Edén”; hoy es “Pumakawa”. El cambio de nombre refleja una transformación. “Ya no es lo dado, el paraíso creado, sino el ambiente que hay que ‘cuidar con sigilo, como al puma'”, aclara Karina Maschio su responsable.

También ella tuvo una conversión personal; su nombre desde hace un tiempo es “Kai Pacha”, vocablo quechua. Logró el reconocimiento judicial para que le sea reconocido como un apodo que la identifica, aunque no figure en su documento de identidad.

“Kai Pacha” se vincula a la cosmovisión incaica que reconoce tres planos. El mundo de arriba, “Hanan Pacha”; el de aquí, “Kai Pacha”, y el inferior, “Uku Pacha”. Están representados por el cóndor, el puma y la serpiente, respectivamente. Para Karina es el símbolo de su dedicación: velar por el monte, por sus animales y flora.

De chica en el gran patio de su casa de Río Tercero había pájaros y varios tipos de animales; tal era la variedad que iban alumnos de escuelas de visita. Su abuelo tenía un puma. “Era la vieja usanza, cuando había abundancia de todo -dice “Kai Pacha a LA NACION-. Fuimos cambiando, aprendiendo. Ahora decimos no al mascotismo”.

Karina Maschio la responsable de la reserva natural Pumakawa
Karina Maschio la responsable de la reserva natural Pumakawa.

“Pumakawa” -como antes “El Edén”- se dedica al cuidado de especies autóctonas en riesgo de extinción; reciben animales lastimados, sean presas de caza recuperadas, mascotas o provenientes de zoológicos. Está en Villa Rumipal, a 115 kilómetros de la capital cordobesa, sobre la ruta provincial 5. Su símbolo es el puma.

“El Edén” fue creado por el papá de Karina -un cazador decidido a cambiar- con el objetivo de cuidar los animales y ofrecer visitas turísticas. Ella estudiaba Trabajo Social y trabajaba como mimo; lo que ganaba lo aportaba para comprar comida y mantener el lugar. En 1995 se sumó para dedicarse de lleno al proyecto.

“Rotamos el eje hacia lo educativo”, explica. En 2009 un feroz incendio en Calamuchita arrasó con el 90% de las 95 hectáreas de la reserva. “Fue un punto de quiebre; nos achicamos y tuvimos que empezar de nuevo. Cambiamos el nombre, convencidos de que teníamos la responsabilidad de rehacer, de cambiar hábitos”.

En la reserva hay más de 60 animales entre los que se cuentan pumas, águilas moras, hurones, gatos montés, pecaríes, coipos, guanacos, llamas, caballos y tortugas y más de 30 variedades de aves. También una amplia muestra de árboles, arbustos y enredaderas de la región.

A los 48 años, Karina dedica todas sus horas a “Pumakawa”, donde hay otras cinco personas -todas voluntarias- trabajando. Todo el espacio recrea el hábitat natural, incluso la docena de pumas están en un recinto tan amplio que incluye un bosque adentro.

“Después del incendio, cuando empezamos a buscar plantas nativas para reforestar no conseguíamos, así que empezamos a recolectar semillas, a hacer plantines y creamos un banco de semillas, donde ya tenemos más de 30 especies”, describe. Están reforestando 26,5 hectáreas con más de 2.000 árboles.

A pulmón

Sanar a los animales en el hospital de la reserva, alimentarlos, pagar seguros y cuidar el ambiente lleva entre $80.000 y $100.000 mensuales. No lo cubren con las entradas de los turistas que visitan el lugar por lo que una o dos veces al año organizan un viaje al Amazonas y lo que recaudan es para seguir con el proyecto.

Los voluntarios -que van rotando- se encargan de regar plantas, cambiar macetas, limpiar el lugar. El inglés Charlie Holles conoció “Pumakawa” paseando, pero decidió convertirse en ayudante permanente. A los 70 años vendió todo y se instaló en la zona.

La actriz Anita Martínez es una colaboradora permanente de la reserva, donde suele presentarse con sus espectáculos. “Hoy se habla de otra manera del ambiente; con angustia, con pasión, pero el tema está”, grafica Karina.

Cuenta que cuando llegan los alumnos de primaria y los adolescentes hacen ejercicios en conjunto para provocarles “un shock, sacarlos de la dimensión virtual y ponerlos en el lugar; se emocionan -igual que los más grandes- cuando recorren el lugar, lo disfrutan”.

“Hay un cambio de conciencia no acompañado por el Estado; hay como una división en las miradas”, señala. Karina participó activamente con las organizaciones ambientalistas que se opusieron a la nueva ley de bosques impulsada por el gobierno cordobés.

“Falta monte”, define. Hay más animales silvestres muertos en las banquinas porque están más expuestos o quedan heridos al ser atropellados por los autos.

“El daño no es sólo por la soja -admite-, hay otros desórdenes o intromisiones, Hasta los perros abandonados en los pueblos son un problema ya que agrupados actúan como jauría, matan rebaños”.

Unos niños le da de comer a Ramona, una de las llamas de Pumakawa, una reserva natural y centro de recuperación de fauna silvestre ubicada en Villa Rumipal, Provincia de Córdoba
Unos niños le da de comer a Ramona, una de las llamas de Pumakawa, una reserva natural y centro de recuperación de fauna silvestre ubicada en Villa Rumipal, Provincia de Córdoba. Foto: LA NACION / Diego Lima

Karina insiste en que siempre lo “exótico” es una amenaza, siempre va a competir con las especies autóctonas. También advierte que, “por más anti zoológico” que se sea, hay fundamentos técnicos que impiden que un animal que vivió siempre en cautiverio vuelva a su hábitat.

“Los que pasaron por la impronta humana ya no son lo mismo; por ejemplo el puma conecta hombre con comida y puede atacar o ser presa fácil de un tiro -señala-. Otros animales tienen otro temperamento y pueden reinsertarse; hay que seguir el código de la naturaleza”.