Alejandro Calatayú nació hace siete años con una malformación en su brazo derecho conocida como focomelio (ausencia de uno de los miembros). No es el único caso. En 2009, el mismo año en que nació él, hubo varios bebés con este problema en Rosario de la Frontera, 180 kilómetros al sur de la capital salteña. Lo que diferencia a Alejandro es su padre, un artesano que ante la imposibilidad de costear una prótesis para su hijo, le hizo una con una impresora 3D.
Hugo Calatayú (44) y Miriam Martínez (42) son los padres de Ale. Él es profesor de inglés y artesano, y ella maestra, aunque no ejerce desde que nació Ale. Hugo realiza figuras y suvenirs que el matrimonio suele vender en la plaza del pueblo en las fiestas patronales. Con eso buscan juntar dinero para comprarle al chico una prótesis definitiva.
“Uno piensa que el día de mañana le digan el manco a tu hijo por ahí, y eso no lo podré soportar. Me propuse buscar que alguien le pusiera una prótesis, pero la obra social (IPSS), no reconoce esa prestación”, explica el papá. Su mamá cuenta que “un traumatólogo le hizo los primeros controles en el Garrahan y nos aconsejó el uso de una prótesis recién al término de la adolescencia, cuando Ale dejara de crecer, pero recomendó controles cada seis meses en el Garrahan”.
En uno de esos viajes a Buenos Aires, la familia visitó Tecnópolis y conocieron al ingeniero en electrónica Diego Cura. “Nos incentivóa comprar una impresora 3D y la compramos sin tener conocimiento sobre el tema. Fue Cura que, tras largas horas de llamadas telefónicas con Hugo, armaron la impresora. Luego, Hugo encontró en la Web (valiéndose de su buen dominio de inglés) páginas gratuitas con consejos para manejar las impresoras 3D: “Hice un montón de pruebas hasta que logré la primera prótesis. Fue una alegría para todos y Ale se sintió muy contento”.
Sin embargo, la prótesis le duró tres meses: “Me quedaba ajustada”, dice Ale, que había crecido. Luego el papá le fabricó otra y al tiempo también le quedó chica. Ahora, la tercera ya le está ajustando, y el papá comenzó a preparar una cuarta. “En enero del 2017 tenemos turno para un nuevo control y los traumatólogos quieren ver cómo trabaja la prótesis”, explica Hugo.
“Cuando comenzó el jardín de infantes, un compañerito le preguntó por qué tenía un brazo más corto y se le ocurrió: ‘Tuve un accidente manejando una moto’. Ahí fue el momento para contarle por qué le faltaba una parte de su brazo y lo asumió. Ahora cuando alguien le pregunta dice ‘yo nací así’, cuenta la mamá.
Es la hora de la siesta, con 32 grados de temperatura, y Ale aprovecha para ir a nadar a la pileta climatizada del Municipal: “Me gusta nadar, jugar al básquet, y al fútbol porque me gusta Messi. Soy hincha de Argentina y del Barcelona”.
–¿Del Barcelona?
–Sí. Mi abuelo Hugo (Calatayú) quiere que sea de Racing, pero yo no quiero.
“No voy a decir que no lloré cuando vi a mi hijo que le faltaba parte de su brazo, cuando terminó la cesárea a Miriam”, dice Hugo.
Ahora Ale se acerca con su gato Pompim: “El es mi hermanito, toma agua, come y duerme. De noche Pompim se me va, y Pelela, mi perra, se queda en la casa”.
¡Señor! (le dice Ale a este cronista): “Mi papá me va a hacer cuatro prótesis: la de Iron Man, Hombre Araña, Capitán América y el Increible Hulk, y se las voy a mostrar a mis amiguitos Augusto, Miguel y Alvaro”.
“Por una prótesis biónica en Suiza me piden 48.000 euros. En EE.UU., U$S 25.000. Ya llevamos gastados $70.000, y puedo hacer lo que mi hijo me pide”, concluye Hugo Calatayú.
Por: Jesús Rodríguez