En 2006, tener un blog te consignaba como un capo de la incipiente ola social de Internet. Hice enojar a unas cuantas personas cuando dije, sobre todo en conferencias y clases, que los blogs tendrían su momento, pero que en 5 o 6 años pasarían de moda. Hoy tener un blog es más o menos tan excitante como tener una heladera.
En su momento, advertí lo mismo acerca de Twitter. No es que me guste, porque la red de los trinos es mi favorita, pero me temo que tiene los días contados; al menos, en la forma que conocemos. ¿Motivos?
La compañía viene de dos trimestres de perder dinero; todo aquél cálculo de que podría funcionar durante décadas a pérdida es aritméticamente correcto, pero, desde el punto de vista de los negocios, constituye un disparate.
Su acción estaba, al cierre de esta edición, a unos 17 dólares, 52 por debajo de su máximo histórico; es decir, el que apostó por TWTR , perdió, y perdió mucho.
Su número de usuarios está prácticamente estancado; puesto que lo que importa a la hora de vender publicidad online es cuántos pares de ojos ven los avisos (al menos, para el modelo que eligió Twitter), este dato es letal. En 32 caracteres: Twitter está en serios problemas.
Se viene diciendo desde hace más de 5 años que alguno de los grandes de Internet podría quedarse con la red de los trinos. Quizás esto es lo que le hizo creer al directorio de esta compañía de 3800 empleados que sería fácil encontrar un buen postor; en particular, a dos de los fundadores, @Ev Williams y @Jack Dorsey, actualmente el CEO. En rigor, Williams está a favor de la venta y Dorsey, no. Dato revelador: @Jack no ha tuiteado nada desde el 31 de julio; @Ev lo hace constantemente.
Pero no, no han aparecido entusiastas. Aunque en los últimos días las especulaciones ya no fueron sobre si Twitter se venderá o no, sino quién va a poner los entre 15.000 y 20.000 millones de dólares que vale la compañía, una cosa parece más o menos segura: no están haciendo fila para comprarla, y no están haciendo fila -prima facie- porque el precio es alto y Twitter pierde 500 millones de dólares por año.
La lista de potenciales compradores incluye a Google, Disney, IBM, Salesforce, Microsoft, Verizon (que pagará 4230 millones por Yahoo!), Apple y Facebook, así como alguna compañía de capitales de riesgo. Los motivos por los que deberían descartarse todos estos candidatos ha sido deliciosamente explorada en esta nota de Recode, pero he visto argumentos diferentes en medios como Business Insider y Fortune. Conclusión: no sabemos muy bien qué va a pasar. Lo que resulta bastante claro es que la situación de Twitter es insostenible.
Políticamente memoriosa
Ahora, ¿es que la red de los trinos carece de atractivo? Para nada. Lo que más seduce a sus potenciales compradores son los datos. La caótica, revoltosa, influyente y políticamente incorrecta línea de tiempo obtiene y guarda una enorme cantidad de información en tiempo real sobre cada uno de sus suscriptores. Como todas las demás redes, hay que decirlo, sólo que a WhatsApp ya se la quedó Facebook y a LinkedIn, Microsoft.
Twitter sabe a quiénes seguimos, quiénes nos siguen, con quienes interactuamos más, con quienes hablamos por mensaje directo, qué perfiles vemos con más frecuencia, a qué cosas le hacemos RT, a quiénes mencionamos y, por supuesto, todo lo que hemos tuiteado desde el día uno. La inteligencia de negocios y la publicidad dirigida necesitan esta clase de alimento para funcionar.
El segundo atractivo de Twitter está en que se ha vuelto un instrumento necesario para las democracias. Esto no se nota sólo en su poder de convocatoria, en la inversión que hacen en la línea de tiempo -para bien y para mal- los partidos políticos y en cómo participan de esta red organizaciones de todo tipo (desde la Cruz Roja hasta las multinacionales), sino en que las dictaduras son alérgicas a la red de los trinos. Twitter tiene una magia, una dinámica, una química y una ubicuidad que la hacen temible al autoritario. Es la red social censurada con mayor frecuencia y la que hace decir a gente muy inteligente burradas sin fondo acerca de restringir la libertad de expresión.
La de Twitter es una relojería delicada que coloca al servicio en las antípodas de Facebook. Ningún poderoso le teme a Facebook (salvo Google); hay en la red de Zuckerberg demasiada corrección, su ecosistema resulta demasiado civilizado, y eso constituye un refugio para los habitantes de un mundo cada vez más violento, más desequilibrado, más distópico. Este sosiego explica el éxito de Facebook, pero también lo vuelve políticamente estéril. Sirve, acaso, para el proselitismo, pero no para la protesta.
En cambio, lo que se dice en Twitter importa. A mi juicio, en el 80% de los casos importa mucho menos de lo que tendemos a creer. Pero el 20% restante tiene un peso con el que Facebook no puede ni soñar. Esto, que es bueno para las democracias y por lo tanto otorgaría prestigio a la compañía que se quede con Twitter, impone un desafío colosal. El CEO que quiera comprar al díscolo pajarito deberá convencer al directorio de que tiene sentido gastar entre 15.000 y 20.000 millones de dólares en una empresa que pierde toneladas de dinero, cuyo plan de negocios es, en el mejor de los casos, vago, y su modelo de avisos, inadecuado; y que hay que hacer todo esto sin desvirtuar la naturaleza del servicio, porque sus quisquillosos y cascarrabias suscriptores les causarían una pesadilla de RRPP. “¿Usted se propone que pasemos a la historia como la compañía que destruyó Twitter, y que además paguemos por eso 10 veces lo que puso Google para quedarse con YouTube?”
Peleadores, pero leales
El primer problema de Twitter no es que su crecimiento se haya estancado ni que pierda dinero de manera sistemática, sino que es una papa caliente. Y el conflicto está en que los usuarios no queremos que deje de ser una papa caliente (para un mundo feliz ya tenemos Facebook) y, mientras siga siendo tan parecida al mundo real, a la línea de tiempo le costará mucho sumar nuevos usuarios. Este es el núcleo del problema: creer que Twitter tiene que crecer, que 330 millones de usuarios es poco.
Twitter soñó alguna vez con ser tan grande como Facebook, pero varios factores conspiraron contra esta aspiración desde temprano: el límite de los 140 caracteres (por eso lo han tratado de estirar hasta la caricatura), su exótica gramática, la casi inexistente regulación de contenidos, la incansable velocidad de la línea de tiempo y, por supuesto, las agresiones, el acoso y el descrédito público al que hordas de trolls rentados y de los otros, los papanatas gratis, se han venido dedicando desde que este servicio existe.
Dicho de otro modo, estar en Twitter requiere un cuero así de grueso. No puede esperarse que sea igual de popular que Facebook. Después de haber lidiado todo el día con el cruel mundo real, no toda las personas tienen ganas de bancarse la despiadada línea de tiempo. Twitter es, de hecho, 4,5 veces más pequeño que Facebook. Si en Facebook está (esto es aproximado, claro) el 20% de los habitantes del planeta, en Twitter está sólo el 4 por ciento. Facebook tiene el 50% de los usuarios de Internet. Twitter, el 11 por ciento. Hasta Instagram le lleva ventaja.
La explicación incómoda, la que no queremos admitir, es que Twitter es -y siempre fue- un producto de élite. Así como está, no va a crecer. Y si lo convierten en algo menos indigesto, van a perder a sus usuarios actuales.
Pero esto tiene una contrapartida interesante. Los miembros de las élites suelen cumplir dos requisitos: saben que pertenecen a una élite y se sienten orgullosos de eso. Es público y notorio: el tuitero (ácido, crítico y de mecha corta) tiene con la red de los trinos un compromiso indeclinable, uno que Facebook no puede esperar de sus usuarios. Cuando quisieron estirar el límite de 140 caracteres a 10.000, ardió Troya. Y el cambio se canceló. Los usuarios de Facebook no han conseguido ni una vez que Mark dé marcha atrás en algo.
Pero la mentalidad de Wall Street no entiende la línea de tiempo y empuja en una sola dirección: hay que sumar usuarios. No ven que Twitter tiene este potencial único y raro en el mudable universo de Internet: su público le es leal. Tal vez los hombres de negocios deberían sopesar, en este caso, soluciones más creativas para que el pajarito azul no se convierta en un triste pajarón embalsamado.