Estás en una reunión de trabajo o con amigas y, de reojo, ves una lucecita. O sentís una vibración. O escuchás un sonidito tímido. Tu celu te está avisando que tiene algo nuevo para vos. Te desconcentrás, te agarra ansiedad y aparecen en tu mente los diálogos internos. No importa dónde estés, ya no estás ahí.
Agarrás el teléfono y vuelve la calma. Casi que el entorno está en “mute”. Ahora, sos vos y las mil cosas que pasan en tu celu. Esta abstracción se repite seguido, en tu casa, en la calle y hasta en momentos íntimos con tu pareja.
En contacto con nuestro celular, entramos en otra dimensión y podemos parecer tan ausentes que es casi como si no estuviéramos. Es cierto que no somos las únicas, salimos a la calle y nos cruzamos con muchísimos celuzombis. Concentradas en nuestras pantallas, podríamos caminar hacia el subte, mirando la última Instagram story que acaba de aparecer en nuestro timeline.
El celu es parte de nuestra vida, no nos deja aburrirnos y hace rato que se convirtió en una extensión de los lazos sociales. Organiza, entretiene y comunica. Irónicamente, casi ni lo usamos para hablar por teléfono.
El problema es convertirnos en alguien que no queremos ser. Es fácil detectar en el otro el exceso. ¿Y en nosotras? Celuzombi es quien somos cuando el celular es una parte más de nuestro cuerpo. Frente a esa pantalla, perdemos noción del tiempo y del entorno. Pero estamos a tiempo de ponernos un límite.
¿SOY CELUZOMBI?
Hay una línea muy sutil entre el uso excesivo y la adicción. En realidad, los expertos dicen que un porcentaje muy pequeño de usuarios de celulares es realmente adicto al aparato. Podés tener algunas actitudes dependientes, pero se habla de una verdadera adicción cuando la conducta es compulsiva y nos produce mucha satisfacción el reencuentro con el celu. Es un impulso que no se puede controlar, aunque te hayas propuesto no chequearlo tanto.
El dilema es que hoy hacemos muchas cosas con el teléfono y, a la hora de las excusas, el trabajo siempre es un buen argumento para agarrarlo. Porque querés informarte o responder un mail o ver el pronóstico del tiempo. Pero nunca termina siendo solo eso. Una pasadita rápida para ver qué pasa en las redes es muy tentadora.
La clave es prestar atención a nuestras conductas incontrolables y exageradas. Y otro síntoma que puede ayudarte a tomar conciencia es el termómetro que te dan los otros, los que interactúan con vos y te rodean. Por ejemplo, ¿tus hijos te dicen: “Basta de celu, mamá” y hasta alguna vez te lo escondieron o te lo tiraron al inodoro? ¿Te escondés en el baño para usarlo? ¿Discutís con tu pareja por estar pendiente del celu? ¿Sentís ansiedad por contar algo en las redes? Si en la mayoría de estas preguntas vas por el sí, es momento de tomar conciencia y actuar.
Ojo, la idea no es enemistarse con la tecnología. Eso ya fue. Estamos rodeadas de estímulos digitales que se convierten en decenas de ventanitas abiertas (en tu celu y en tu mente). Incluso ya te contamos de campañas a nivel global de antiphubbing y JOMO (joy of missing out). En este sentido, también volvieron a aparecer los celulares con tapita (para no tentarte con las notificaciones) y los lugares libres de wifi, otra tendencia creciente a nivel mundial.
¿QUÉ HAY DETRÁS?
Somos celuzombis, nos contagiamos entre nosotras y nos expandimos. El impulso por chequear el teléfono es tan fuerte que hasta, a veces, ponemos en riesgo nuestra vida. Como peatonas, podemos cruzar una calle casi sin mirar. Como conductoras, nos engañamos chequeando el celu en un semáforo o enviando mensajes de voz mientras manejamos. La verdad: no da. Pero… ¿qué hay detrás de este síntoma?
Cero tolerancia al aburrimiento o al ocio creativo: es un signo de nuestra época no bancarnos el ocio sin hacer nada. Sin embargo, estar en una sala de espera mirando un punto fijo puede estimular tus neuronas más que si estás concentrada en tu teléfono haciendo tres cosas a la vez. El aburrimiento estimula la creatividad, y como celuzombis, no la estamos dejando ser.
Ansiedad por el oversharing: como celuzombis, tenemos mucha ansiedad por contar TODO lo que nos pasa. Y a veces hay que elegir. Podés estar en el recital de tu banda favorita y te la pasás haciendo videos y fotos del show. Tu hijo está dando sus primeros pasos y no podés parar de grabarlo. Estás en el destino soñado de vacaciones y vas a todos lados con tu selfie stick. Un poco está bien, pero ¿dónde está tu botón de off?
Síndrome del “yo-yo”: por otro lado, zarparnos de celu alienta el síndrome del “yoísmo”. Esto de creernos un poco ombligo del mundo desde la virtualidad. El ejemplo más representativo es el exceso de selfies. Nos centramos mucho en lo que nos pasa y nos olvidamos del entorno.
Miedo al “face to face”: gracias a la impunidad de la virtualidad, comenzamos a no interactuar “face to face” con personas. Lo reemplazamos por relaciones virtuales en un microclima digital que es muy divertido y nos expone mucho menos. Sin embargo, muchos creen que son irónicos o cínicos en Twitter o Instagram, y es mucho más fácil hacerlo cara a cara. Incluso el coqueteo y el levante se hacen más fáciles en la interacción física. Sin embargo, en nuestra imaginación la virtualidad parece más sencilla. Las relaciones cara a cara nunca van a ser reemplazadas por vínculos impersonales. Chequear el celu antes de dormir y mirarlo apenas te despertás no puede ser tu única fuente de información y vínculo con los demás.
Nuestro cuerpo es tan importante como nuestro lenguaje. El tono de voz, la mirada, un gesto en la cara, una postura de hombros, pueden dar un giro de 180 grados a lo que nuestras palabras literalmente dicen.
VOLVER A LA VIDA
Cuando tenés demasiadas dosis de celu por día, los lapsos de atención comienzan a acortarse y tu dispersión crece, aunque no te des cuenta. Algunos estudios científicos revelan que las personas que pasan largos períodos de tiempo con sus teléfonos se distraen por el impulso autogenerado de tener que chequear el dispositivo.
¿Cómo volvemos a la vida, entonces? Porque, en definitiva, todos nuestros hábitos digitales están atravesados por el autocontrol, sepámoslo. Cambiar la azulada palidez celuzombi por un tono más saludable y por hábitos más conscientes es posible y depende solo de nosotras. ¿Cómo lograrlo?
1. Autodiagnóstico. Lo primero que tenemos que hacer es registrar el problema y ser conscientes del verdadero uso que le damos al celular. Hacete algunas preguntas para diagnosticarte: ¿el celu interfiere en tus relaciones sociales? ¿Afecta tu concentración y atención? ¿Te genera problemas en el sueño? Identificá cuántas veces usás el celu y evaluá tu estado de ánimo al agarrarlo (alegría, enojo, tristeza, aburrimiento).
2. Colaboración. Tu entorno también se vuelve una herramienta indispensable para reorganizar el uso del celu. Blanqueá tu situación y copate en educar a los demás con tu ejemplo. No accedas siempre al timing del otro (que siempre va a esperar tus respuestas y tus vistos ASAP). Anticipate avisando a los demás que es probable que no respondas “ya” a todo.
3. Equilibrio. Planteate pautas de conducta para serte fiel. Elegí momentos del día y zonas libres de celu, por ejemplo, en una comida o un par de horas a la mañana. Otra ayuda es desactivar las notificaciones que no son urgentes. La idea no es enojarte con el celular sino encontrar tu propio equilibrio.
Por Juli Schulkin