premian a docentes que salen a buscar a sus alumnos

Para combatir la deserción, van a las casas de los estudiantes que, por diversos motivos, dejan de asistir a la escuela. Fueron reconocidos como los “Buenos Educadores de 2016”.

La historia se repetía todos los años: entre enero y mayo, los alumnos más grandes de la Escuela Rural N° 306 de Huiliches, en Neuquén, dejaban de asistir y la mayoría terminaba abandonando la primaria. El maestro Adrián Reinozo se desesperaba. Cada día, él llegaba a la escuela desde su casa en Junín de los Andes, a 68 kilómetros de distancia, con una idea nueva para retenerlos. Enseguida aprendió que los alumnos no dejaban de venir por desinterés, sino porque esos eran los meses en que debían acompañar a sus padres en la veranada: la temporada en que las comunidades mapuches de la zona se movilizan hacia las partes altas de la montaña para el pastoreo de sus chivas y para la piñoneada (recolección del piñón). Finalmente, Adrián decidió que, si los alumnos no venían a la escuela, la escuela tenía que ir a ellos. Y salió hacia los puestos de veranada, para acordar con cada familia la manera de que los chicos no perdieran la escolaridad. “Es fundamental respetar las costumbres de los pueblos originarios. Pero también hay que proteger las trayectorias escolares de los chicos, para que puedan terminar la primaria”, explicó a Clarín.

A 1500 kilómetros de Huiliches, Manuel Lepez, maestro de primaria en la Villa 20 de Lugano, tomó una decisión parecida a la de Adrián. Cada lunes, el aula del Centro Educativo N° 45 aparecía un poco menos poblada que el viernes anterior: tras el fin de semana, siempre algún alumno dejaba de venir. En el Centro Educativo cursan adolescentes y adultos que no terminaron la primaria: además de enseñar los contenidos curriculares, Manuel les da una mano con trámites de salud, los ayuda con cuestiones legales o les explica cómo conseguir una ayuda social. Para que no hubiera más sillas vacías, en 2014 Manuel empezó a buscar a sus alumnos casa por casa. “Camino por el barrio y los convenzo de que vuelvan. Así la matrícula fue creciendo: cuando arranqué en el Centro tenía 4 alumnos; ahora tengo 30”, cuenta el maestro. Con el respaldo del padre Franco Punturo –párroco de la iglesia donde funciona la escuela–, Manuel no tiene miedo de internarse en la Villa 20: “Es un barrio peligroso, pero la mayoría me conoce. Dejamos a un lado el tema de la inseguridad para poder educar”.

A clases. Manuel camina la Villa 20 de Lugano buscando a sus alumnos. foto Gerardo Dell'Oro

A clases. Manuel camina la Villa 20 de Lugano buscando a sus alumnos. foto Gerardo Dell’Oro

Adrián y Manuel tienen en común un estilo de docencia que no se circunscribe a las cuatro paredes de la escuela: una docencia que cruza la puerta de la escuela y, si hace falta, llega hasta la casa de cada alumno para garantizar su derecho a la educación. El maestro neuquino y el porteño acaban de recibir, junto con otros 22 docentes, el Premio Buenos Educadores 2016, que cada año reconoce al mejor maestro de cada provincia.

A ellos se suma Beatriz Branca, de Algarrobo del Águila, un pueblo de 800 habitantes en La Pampa, rodeado de puestos rurales donde viven familias dedicadas a la cría de cabras. Beatriz impulsó el Programa Encuentro: un sistema de “tutorías itinerantes”, por el cual sale a recorrer los puestos para alfabetizar a quienes viven allí, en general adultos mayores de 50 años. La recorrida, por caminos de tierra, empieza a las 10 y puede terminar a las 21. Sus alumnos se enteran de la visita por radio. “Siempre me reciben con el mate calentito y alguna torta recién horneada”, describe. Beatriz está convencida de que todos pueden aprender, independientemente de sus condiciones sociales y su edad. Además de las tutorías itinerantes, ella enseña en un centro de alfabetización en el pueblo, cuya apertura fue impulsada por ella misma, luego de relevar –casa por casa– cuántos adultos de Algarrobo del Águila no sabían leer ni escribir.

Silvia Huichulef también sabe de dar clases en las casas de sus alumnos: durante años fue maestra domiciliaria en Río Grande, Tierra del Fuego. Ahora ejerce en la Escuela N° 37 “Patricio O’Byrne”, que funciona dentro de una estancia. Allí enseña a los hijos de los peones. Ella es la única maestra de toda la provincia que vive en la escuela de lunes a viernes: como sus colegas premiados, Silvia es una referente no solo para sus alumnos, sino para toda la comunidad. “Aquí el rol docente es muy amplio; trasciende lo pedagógico”, reconoce ella. La escuela es de doble jornada pero, aunque las clases terminan a las 17, las puertas permanecen abiertas: después de ese horario, los chicos se quedan para conectarse a Internet o jugar al pin pon, y algunos padres también se acercan para estudiar.

En la otra punta del territorio argentino, el maestro jujeño Guillermo Duarte camina entre 12 y 14 horas para llegar a la Escuela N° 76 de Molulo, a 60 km de Tilcara. Va por senderos de herradura, muy angostos, que solo se pueden transitar a pie o en lomo de mula, con picos de más de 4200 metros sobre el nivel del mar. Cada mes Guillermo y sus alumnos trabajan 20 días seguidos –incluyendo fines de semana y feriados–, y luego descansan 10 días. Los chicos viven en la montaña; sus familias se dedican a la agricultura y ganadería de subsistencia. Algunos caminan 6 horas para llegar a estudiar. Cuando le asignaron esta escuela albergue, lo primero que hizo Guillermo fue visitar los hogares de cada uno de sus alumnos, dispersos por la cordillera, para saber cómo vivían: su enseñanza toma esas realidades como punto de partida. Guillermo es contador público; se recibió en San Salvador. Pero se aburrió de los libros contables: “Prefiero hacer esto, que me llena el corazón. Siento pasión por la educación rural. Para mí, estar en la escuela es una elección”.

Alfredo Dillon