Así, aprendí que podés hacer muchas cosas con el apellido de tu hombre.
1- Podés chapear un poco con el apellido del otro, si es que es de alguna familia más adinerada, más culta o más conectada con “lo high” que la tuya.
2- Podés hacer que tu apellido (si es muy común) pueda diferenciarse un poco más entre tantos Gómez, González, Fernández agregándole un segundo apellido que lo haga único e irrepetible.
3-También se puede ocultar tu gallegada poniéndole algún apellido danés al final o pretender algún origen más inglés cuando en realidad sos re tana.
4- Podés dar a entender que estás “casada” y diferenciarte de nosotras las solteras.
5- O por pura practicidad: tenés un apellido que es impronunciable y usás el de tu pareja que es más fácil de repetir. Y al revés también: cómo tu apellido parece un apodo de cancha de fútbol, le agregás el apellido de tu marido para darle más “level”.
Hasta acá, entiendo todo: El agregar la preposición “de” puede ser poderoso, cambia sensaciones y asociaciones para mejor.
Pero lo que no entiendo, es cuando veo que una señora, con años de casada y años de engañada sigue usando el apellido “de su marido traidor”. ¿Será una venganza para decirle que aunque sabe que él no la soporta más, ella se sigue mencionando como un objeto de su propiedad? ¿Son masoquistas éstas mujeres al seguir usándolo? ¿Es un mensaje cifrado para las amantes: la preposición “de” la puede usar la señora “oficial” y no la “otra”?
¿Las separadas o viudas que siguen usando el apellido de sus “ex”, cuando conozcan a alguien nuevo, se agregan un apellido más o lo cambian por el del “ex”?
Después de leer todas éstas reflexiones, no tengo más dudas: Si sigo así de rebuscada, nunca podré agregarme un “de” a mi apellido.