Estudiar, planear un viaje, ahorrar o hasta tener un hijo son algunas de las actividades que se suelen dejar siempre “para más adelante” porque nunca parece ser el momento adecuado. Esa eterna necesidad de postergar para mañana lo que se puede hacer hoy tiene más de un adepto en la actualidad. O más bien muchos, en realidad. Pero ¿cuál es el motivo por el cual se llega a esta instancia? ¿Es más fácil para el cerebro?
Al parecer, las personas ven a sus “futuros yo” como seres extraños. De hecho, cuanto más se ve al “futuro yo” como una entidad distinta del “yo actual”, más probabilidades hay de posponer tareas que traerán un beneficio a largo plazo.
“Cada vez que posponemos las cosas, convertimos a nuestra proyección futura en una especie de bestia de carga”, dijo Fuschia Sirois, psicóloga de la Universidad de Sheffield, en Inglaterra. “Creemos que el ´yo de mañana´ o el de la próxima semana tendrá más energía o un montón de tiempo”. Pero el problema es que ese ´yo futuro´, en realidad estará, en la mayoría de los casos, tan cansado y ocupado como el ´yo de hoy´”.
La mayoría de la gente no siente una perfecta continuidad con su proyección futura. De esta manera, posponen cosas importantes (desde hacer ejercicio hasta ahorrar) porque de alguna manera creen que este “otro yo” más adelante se hará cargo de todo.
En otras palabras, las personas se comportan como si milagrosamente fueran a hacer todo lo que tienen que hacer, incluso si lo han pospuesto una y otra vez en el pasado. Esa desconexión entre cómo la gente percibe su presente y futuros se demostró en un experimento, llevado a cabo por la psicóloga de Princeton Emily Pronin.
Se les pidió a los estudiantes que tomen un líquido desagradable sólo por el bien de la ciencia. Los que se inscribieron para participar del experimento ese mismo día se ofrecieron voluntariamente a consumir, en promedio, tan solo dos cucharadas. Sin embargo, los que se registraron para participar en el próximo semestre se ofrecieron a tomar la mitad de una taza. Claramente, cuesta menos postergar situaciones desagradables que enfrentarlas en el presente.
Por otra parte, investigadores estadounidenses estudiaron la relación entre la forma de proyectar el futuro y el modo en que se toman decisiones importantes. Hal Hershfield, profesor de Marketing de la Universidad de California en Los Ángeles, llegó a la conclusión de que quienes sienten que tienen más chances de obtener sus logros y no ven a sus proyecciones futuras como algo distante, tienen mayor capacidad de ahorro.
Hershfield también confirmó este hallazgo con imágenes cerebrales. Diferentes pacientes fueron sometidos a resonancias. Y en todos los casos, el córtex del cíngulo anterior -una región que por lo general muestra un alto nivel de actividad cuando la gente piensa acerca de sí misma- se relajó cuando se les pidió que pensaran en sí mismos en 10 años. De hecho, esa actividad cerebral era increíblemente similar a lo que ocurría cuando se les solicitaba a los participantes que pensaran en otras personas. En este sentido quedó en evidencia el desapego que hay con el futuro. De ahí la facilidad que tiene el cerebro para postergar.
De todas formas, las consecuencias de nuestra relación con nuestro “futuro yo” va más allá de las finanzas. Sirois también descubrió, en un trabajo que aún no se ha publicado, que los que son más propensos a la dilatación están menos conectadas con sus proyecciones a futuro y esta desconexión se puede atribuir a que son menos compasivos con ellos mismos. “Ser duros con nosotros mismos cuando hacemos planes a futuro en realidad promueve que luego dilatemos más esos proyectos”, dice ella.