La vida de todas las personas está dirigida por necesidades, deseos, motivaciones. Estas diferentes fuerzas innatas tienen como predecesor al instinto, impulso primigenio, base de las primeras relaciones con el mundo externo. Claro que no estamos toda la vida sacudidos por los instintos. A medida que progresa la maduración del Sistema Nervioso, también lo hace el psiquismo, dando origen a las primeras experiencias subjetivas, reconociéndolas como propias y diferenciándolas del resto. La intervención de la neocorteza cerebral (región más evolucionada del cerebro) convierte los instintos en deseos, los modela bajo el influjo de la civilización y las normativas culturales. Dejamos atrás la naturaleza primitiva, animal, para adentrarnos en el mundo de lo social y la cultura. Serán estas instancias las que desde ahora modelaran la vida humana convirtiendo el caos inicial en un orden en el cual dialogan (o pelean) los deseos personales con las configuraciones sociales.
Sin embargo, no todos los deseos son obedientes, y aún dentro de un marco de respeto al otro, intentamos hacer lo que nuestro fuero interno requiere para lograr la congruencia deseada. Las pautas impuestas por lo social han tenido que modificarse ante el avance y la lucha de deseos, antes domesticados o cercenados.
Muchas culturas aún son hostiles con la libre determinación de las personas, impidiéndoles ser más felices. No obstantes, los deseos son fuerzas poderosas que saben resistir y esperar. Y así la vida humana está dirigida por deseos que buscan ser saciados por el mundo externo; algunos se dirigen a llenar vacíos fisiológicos, otros en cambio, cubrirán necesidades existenciales como el amor, el sexo, la pertenencia a un grupo social o las motivaciones de transcendencia espiritual.
El deseo sexual
En el deseo sexual se reúnen tres necesidades humanas fundamentales: la necesidad fisiológica, la psicológica y la existencial o de trascendencia. La primera se basa mecanismos físicos (hormonas, neurotransmisores, centro del placer cerebral, vías nerviosas, etc.) que generan “ganas” de tener sexo e influyen en el área psicológica (fantasías, miedos, audacia, disposición para el encuentro, toma de iniciativa, estima, etc.). El nivel de trascendencia se basa en la capacidad humana de proyección con otro, en el amor, en los proyectos comunes, en compartir una vida o una parte de ella con otro amado. Sin embargo, el deseo sexual no siempre es constante ni tiene el mismo nivel de intensidad. La experiencia erótica puede verse influida por distintos factores, personales o del vínculo.
Hay momentos o etapas en las que el deseo se apaga, o naturalmente se va estableciendo en las parejas un acuerdo tácito de estar “juntos pero sin sexo”, sin olvidar también que hay personas que están solas y no quieren “exponerse” a encuentros que podrían resultar conflictivos o riesgosos. En todos los casos y aunque no aparezca “el sexo siempre está”.
Cuando el deseo se apaga
La vida en pareja no siempre conlleva niveles estables de interés sexual. Hay parejas que notan el cambio y extrañan las etapas pasadas llenas de pasión y de “acrobacia” erótica; otras ven como el deseo baja cada vez más. Y están las asimétricas: cuando uno desea más que el otro. El deseo sexual requiere de una delicada mesura entre las exigencias externas y las internas. Saber aunar ambas fuerzas lo integra al desafío humano de aprender a vivir en plenitud. Al fin y al cabo nos pasamos la vida tratando de lograr un mínimo equilibrio entre las responsabilidades que adquirimos y el propio cuidado, incluido el sexual.
Sin llegar a padecer una disfunción, la mayoría de las personas sienten cambios en el deseo sexual, sobre todo una disminución pasajera del deseo. Existen algunas causas orgánicas que pueden influir en el interés sexual: bajos niveles de hormonas tiroideas (hipotiroidismo), disminución de la testosterona (andropausia), depleción de estrógenos (menopausia), anemias, fármacos, etc. No obstante, el estrés de la vida diaria, con el cansancio que provoca, es una de las causas más frecuentes. Algunos desfallecen después de las tareas cotidianas y sólo resurgen los fines de semana instalando una costumbre difícil de cambiar. En otros casos el sexo reflota con las vacaciones encontrando los momentos antes inhallables, verdaderos tesoros para enriquecer la intimidad. Prescindir del sexo durante un tiempo no debería dejar de lado el contacto corporal. Los gestos de ternura, las caricias, los besos, abrazos, deben ser puentes entre uno y otro para que fluyan los afectos y el deseo. Hay personas sin deseo que dejan de expresar corporalmente sus sentimientos amorosos por temor a que la pareja “malinterprete” las acciones como indicadoras de tener sexo. Nada más dañino. Evitar al otro por temor a “encender” el interés sexual es profundizar el problema. Si hay amor, pero no existe suficiente deseo sexual, el contacto entre los cuerpos debe ser una constante. Sólo así el deseo volverá.
“Somos como amigos”
Hoy en día, quizá como antaño, tener un “compañero de ruta”, que sienta afecto, respete, se comprometa con el vínculo, es garantía de un futuro compartido. A diferencia de los vínculos actuales, muchas de aquellas relaciones de padres y abuelos estaban basadas en el dominio patriarcal: el hombre impartía normas de convivencia y la mujer se sometía a ellas sin discutirlas.
Los cambios en las estructuras de género, sobre todo en los roles sexuales, producen nuevas configuraciones vinculares, con más paridad, respeto por los espacios personales, y postergación de la maternidad. Hay parejas que no toleran la falta de sexo por más compensación que tengan en otras áreas, pero existen otras que dan prioridad a la estabilidad y la autonomía, dejando de lado el sexo y sin cuestionar (por lo menos por un tiempo) la falta del mismo. “Nos queremos, la pasamos bien, somos muy compañeros, pero no tenemos sexo. Somos como muy buenos amigos”. En algunos casos existe tal convencimiento que hace es imposible hablar: “ya está discutido, existe acuerdo, estamos bien así”. En estos casos “el tema no se toca”.
“Y el sexo siempre está”
El encuentro sexual es una parte fundamental de la vida. Sentimos el deseo, la intensidad del amor y del placer, nos entregamos al otro sin perder la individualidad y tenemos la capacidad innata de proyectar la vida en compañía; en síntesis: el gran desafío de ser singulares en una experiencia íntima compartida. Si esa fuerza llamada libido es inherente a lo humano, la represión o la sublimación de la misma son adquiridas. El interés sexual puede reprimirse por experiencias frustrantes, traumas, vergüenza, rencores, falta de comunicación, incapacidad para demostrar afectos, etc. La sublimación es desviar la fuerza sexual por otros intereses también satisfactorios: trabajo, estudio, crianza de los hijos, actividades compartidas, etc. Tanto en uno como en otro caso (represión y sublimación) la fuerza motivadora del sexo pierde vigor y deja de manifestarse como prioridad. Pero sigue latente.
Tips para mejorar el interés sexual:
* Comunicar lo que ocurre con el interés sexual.
* No dar lugar a supuestos: “dejé de atraerle”, “debe tener otra” o “está demasiado cansado”.
* Dar prioridad a la intimidad frente a otros compromisos.
* No dejar de manifestar cariño, ternura, u otras formas de expresiones de afecto.
* No dejar que el desinterés opaque la simpatía, la sensualidad, la expresión del cuerpo.
* Romper con la rutina: proponer encuentros fuera de la casa, organizar minivacaciones o “escapadas” de fin de semana.
* Mantener la sorpresa, el acto imprevisto.
* No utilizar a los amigos o reuniones sociales para impedirse el encuentro “cara a cara”.
* Tener sexo no implica “penetración”. Disponerse a un contacto libre con la finalidad de brindarse placer mutuamente. “Nos tocamos, nos besamos, nos sentimos…”
Por Walter Ghedin, médico psiquiatra y sexólogo.