El papa Francisco aterrizó en Yangón el lunes para visitar las pequeñas comunidades católicas de Myanmar y Bangladesh y acercarse a los más apartados y pobres del continente. Sin embargo, la gran pregunta es si evitará emplear el término “rohinya” durante su gira asiática.
Este asunto dominó los días previos al viaje, que terminará con un encuentro con jóvenes en Daca, Bangladesh, el sábado. A su llegada a Yangón, el pontífice argentino fue recibido por la jerarquía católica local y su caravana pasó junto a miles de fieles que esperaban junto a la carretera vestidos con trajes tradicionales y tocando música.
Niños con atuendos tradicionales saludaron a Francisco, que se desplazó en un auto azul, mientras coreaban “íViva el papa!” y ondeaban pequeñas banderas de plástico de Myanmar y la Santa Sede. Carteles deseando “la más cordial de las bienvenidas” se alineaban a lo largo del recorrido del coche papal hasta la ciudad.
En su viaje desde Roma, el pontífice saludó a los reporteros que viajaban con él y se disculpó por las altas temperaturas que se esperaban en su destino, con 32 grados (90 grados Fahrenheit) a su llegada y la previsión de que aumenten durante su estancia.
En Myanmar, Francisco se reunirá por separado con la líder civil del país, Aung San Suu Kyi, con el poderoso jefe del ejército y con monjes budistas. Más tarde en la semana viajará a Bangladesh, donde recibirá a una delegación de musulmanes rohinya y se verá con autoridades políticas y religiosas del país en Daca. El programa de las visitas se completará con misas para los católicos y encuentros con la jerarquía católica local.
La iglesia católica de Myanmar pidió públicamente al argentino que evite la palabra “rohinya”, que muchos birmanos rechazan porque el grupo étnico no es una minoría reconocida. En los últimos meses, los rohinya enfrentaron lo que Naciones Unidas describió como una “limpieza étnica de manual” por parte del ejército en el empobrecido estado de Rakhine.
Francisco, sin embargo, ya rezó antes por “nuestros hermanos y hermanas rohinya” y cualquier decisión de evitar la palabra podría verse como una capitulación ante el ejército birmano y una mancha en su legado de defensa de los oprimidos y marginados de la sociedad.
“Ser un líder religioso, un líder católico, significa que se está en buena consideración, pero por supuesto que existe la preocupación de que si dice algo la gente pueda decir ‘Ok, ha venido a entrometerse'”, explicó el analista birmano Khin Zaw Win, expreso político. “Por esto, creo que se necesita mucha diplomacia, además de relaciones públicas”.
El viaje se planeó antes del último estallido de violencia en agosto, cuando insurgentes rohinya atacaron puestos de seguridad en Rakhine. Las fuerzas de seguridad del país respondieron con una campaña de tierra quemada que obligó a más de 620.000 miembros de la minoría a huir a Bangladesh, donde viven en precarios campos de refugiados.
En el de Kutupalong, en el sur de Bangladesh, Senu Ara, de 35 años, elogió la visita del papa por lo que podría hacer por los refugiados. “Podría ayudaros a lograr la paz que buscamos tan desesperadamente”, señaló. “Incluso si nos quedamos aquí puede mejorar nuestra situación. Si decide enviarnos de vuelta, lo hará de forma pacífica”.