Nuevas familias ensambladas: más parejas se unen con otras al adoptar hermanos

Se da cuando diferentes familias adoptan a chicos que son hermanos. Y buscan frecuentarse para que los nenes no pierdan el vínculo. Es una tendencia en pleno auge y los protagonistas cuentan la experiencia.

Yanina Codega y Fernando Monteleone, y María Angélica Linares y Sergio Yñigues querían ser papás. Sandra Blando y Armando Occhiuzzo, agrandar su familia. Ese deseo y otras circunstancias, los llevó a optar por la adopción. El proceso demoró años pero terminó con “lo mejor que les pasó en la vida”: sus hijos. Pero los chicos no vinieron solos. Trajeron consigo vínculos. Así, sin buscarlo, las tres parejas pasaron de ser completas desconocidas a una gran y ensamblada familia. Una variante de “los tuyos, los míos y los nuestros”, con la diferencia de que la unión no viene por los grandes, sino por los más pequeños del clan: hijos adoptados, por diferentes padres, que son hermanos de sangre entre sí.

Las tres Familias en una plaza de Esteban Echeverria.

Las tres Familias en una plaza de Esteban Echeverria.

“Si bien aumentó el número de parejas que adoptan a uno, dos y hasta tres hermanitos, no todos pueden ahijar a varios niños, ya sea por lo económico o porque no tienen el deseo de criar a tantos chicos”, explica Leonor Wainer, psicóloga y presidente de la ONG Anidar, que asiste a personas que desean adoptar.

Según la referente de esta asociación –que en 25 años atendió 2.000 consultas y contribuyó a formar 450 familias– es “en estos casos que surge como alternativa esta nueva forma de familia ensamblada, en la que varios hermanos son adoptados por diferentes matrimonios y a su vez mantienen el vínculo. Nos encontramos con varios ejemplos de este modelo, que nos parece conveniente y saludable”.

Juan Martín Morales, abogado experto en adopción, asegura que “cada vez hay más hermanos que, a pesar de ser adoptados por diferentes padres, siguen relacionándose. Es un cambio de paradigma, ya no se ve a los menores como objeto sino como sujetos de derecho. Hoy se apunta a transmitirles su realidad biológica y a mantener los vínculos fraternos”. Morales detalla que, a veces, en las sentencias los jueces obligan a los padres a que mantengan estos vínculos aunque, como no se controla que ocurra, al final depende de la decisión de los grandes. “Por suerte, hay más consciencia que antes y los adultos fomentan estos lazos”, agrega.

Mucho de esto tiene el caso de los Monteleone-Yñigues-Occhiuzzo. Yanina y Angélica, dos de las mamás de esta historia, se encontraron por primera vez en la única plaza de Tartagal, en Salta. Hasta allí, llegaron con pocos días de diferencia, en abril de 2013, tras recibir el llamado que habían esperado por años. La primera comunicación la tuvieron Yanina y Fernando, de Villa Martelli, que “con todo el dolor del mundo” debieron decirle que no a la jueza ante la propuesta de adoptar a cuatro hermanos salteños. Al final, accedieron a ser padres de dos de ellos: una nena y un nene, de 4 y 6 años. Con mucha ilusión, una muñeca y una pelota, tomaron el avión a Salta y luego el micro a Tartagal. Ya con la jueza, escucharon la historia de los chicos y “terminaron los tres llorando”, recuerda Yanina.

Ese mismo día, conocieron a sus hijos. “Fue en una oficina pedagógica. Cuando llegamos estaban en una mesita jugando. Nos presentaron como ´Yanina y Fernando, sus papás´. Nosotros no sabíamos qué hacer. A los tres minutos, nuestro hijo le dijo a mi marido, con total naturalidad, ‘pá’ y, al rato, mi nena me llamó ‘má’”, relata Yanina. Nunca más se separaron.

Antes de volver a Buenos Aires, ya juntos como familia, fueron de paseo a la plaza de Tartagal. “Allí mi nene me dijo ‘esa es mi hermana’ y salió corriendo a buscarla”, relata Yanina. Del otro lado de la plaza, estaban Angélica y Sergio, de Morón, conociendo a su nueva hija, de 7 años. “Me di vuelta un segundo y mi hija estaba con dos nenes, una de ellas era chiquita y la tenía en brazos. Me dijo ‘es mi hermanita’. En ese momento, se me acercó Yanina y hablamos”, suma Angélica. Esa vez, se pasaron los teléfonos y quedaron en verse.

Unos meses después, el más grande de los hermanos, de 9, conoció a Sandra y Armando, sus papás adoptivos oriundos de Monte Grande, y a Nicolás, hijo biológico de ambos y su nuevo hermano. A través de Anidar, donde asistían las tres parejas, se vincularon con los otros dos matrimonios.

Desde entonces, los cumpleaños de todo este clan se transformaron en fechas importantes y los festejos de los más chicos en citas infaltables. Armaron un grupo de WhatsApp en el que comparten experiencias, preocupaciones y anécdotas de sus hijos. Y organizan encuentros para que los hermanos no pierdan el contacto. “Es difícil coincidir por las distancias y las rutinas, pero nos esforzamos para hacerlo. Nuestro hijo se fue de Salta y dejó todo atrás. Por suerte, los hermanos también se vinieron. Hoy, junto a ellos y sus padres, somos una gran familia”, sostiene Sandra. Y agrega: “Entre las mamás nos entendemos porque nuestros chicos tuvieron vivencias similares”.

Angélica afirma que la “clave del éxito” pasa por la buena predisposición de los adultos. “Todos tenemos como prioridad a nuestros hijos e intentamos estar disponibles para que pasen momentos juntos”, resume y destaca que, entre ellos, existe “un vínculo fundamental, que va a durar para siempre.

Paula Galinsky