“No soy propiedad de nadie” dijo la argentina retenida por su marido en Egipto

Su esposo tiene a sus hijas y no la deja salir del país.

Carolina Pavón está rota, y cada día se quiebra un poco más. Aguantó a un marido maltratador y golpeador que terminó de destruirla cuando ella se quiso alejar y entonces él se quedó con sus dos pequeñas hijas. Pero para que el tormento sea mucho más cruel, tampoco le permite volver a su Misiones natal sino que logró una restricción para que no saliera de su país, Egipto, porque no quiere darle el divorcio. Recién ahora la Justicia de aquel país puso fecha para escucharla, será el 3 de noviembre.

Carolina irá a la audiencia acompañada por su abogado y funcionarios de la Embajada argentina en Egipto. “Estoy muy mal, sin mis hijas, sin el divorcio, sin mi gente. El no quiere el divorcio, pero yo no soy propiedad de nadie, soy una persona libre”, dice Carolina a Clarín vía telefónica desde Egipto.

Nació en Montecarlo, Misiones, hace 39 años. La criaron sus abuelos, y esa carencia de padre fue lo que varias veces la hizo flaquear ante sus dos hijas. Nunca quiso que ellas pasaran por lo mismo, dejarlas sin papá. Pero finalmente el marido terminó dejándolas sin mamá.

Carolina estudiaba Antropología Social y Cultural en Posadas cuando conoció a Mahmoud y se fue con él para Alejandría. Allí la recibió toda la familia de él y se casaron. En 2004 vinieron para la Argentina, donde nació la hija mayor de la pareja. Pero él no se adaptó al país y quiso volver. La pareja fue y vino varias veces, hasta que se quedaron en Egipto, donde nació la segunda hija, hoy de siete años.

La relación entre ellos era cada vez peor, con el tiempo él se puso más violento. En 2014 volvieron a Misiones, pero él se fue. Y ahí comenzó la manipulación con las niñas, a la distancia. “Si mamá no vuelve, me voy a casar con otra mujer, voy a tener otros hijos y me voy a olvidar de ustedes”, les decía por teléfono Mahmoud a las niñas. Ellas se ponían mal y le echaban la culpa a su mamá.

Carolina volvió con ellas a Egipto. Los golpes de él se volvieron insoportables y en noviembre pasado ella se fue a la casa de unos conocidos. Cada vez que la dejaron, fue a ver a sus hijas, que están viviendo con el padre y su familia. Pero en cada visita los maltratos fueron desmesurados, las niñas lloraban, y el abogado egipcio que representa a Carolina le aconsejó tomar distancia.

El juicio de divorcio no avanza y mientras tanto él logró imponer una restricción para que ella no saliera de Egipto. Carolina quiere venir a la Argentina, estar con su familia, sentirse apoyada por alguien. Gabriela Arias Uriburu, al frente de la Fundación Niños Unidos por el Mundo, está con su caso: “Carolina está en emergencia: su salud física y psíquica y su vida entera están en riesgo porque atraviesa una situación de vulnerabilidad”.

Carlos Romano es un experto internacional y tiene la experiencia de haber trabajado como Embajador Ad Honorem a la par de Juez de Familia: “Sí, existen restricciones en contra de Carolina, de hecho mientras la mujer está casada, el marido puede pedir que no salga del país. Para ellos el matrimonio no es un contrato sino una institución. El marido pidió esa restricción que obstruye tanto a Carolina como a sus hijas, por la preocupación de que ella las sacara del país”.

Romano da más precisiones sobre el Derecho Islámico: “El marido puede divorciarse unilateralmente como acto administrativo. La mujer puede hacerlo unilateralmente, pero como acto judicial, y declarándose culpable. La mujer puede también iniciar el divorcio contra su marido, culpándolo, pero probando con doble esfuerzo que el varón. El divorcio es de lo que menos gusta a los ojos de Allah”.

“Creo que ambos gobiernos deben asumir esta diversidad, no para asustarse del conflicto, sino para construir puentes entre las culturas.Para evitar que estas cosas puedan volver a ocurrir, o bien para mejorar ambas diversidades. Los Estados deben sobreponerse a la cuestión judicial familiar, sacarla de lo judicial, tornarla humana, multidisciplinaria y universal”, dice Romano.

Por: Mariana Iglesias