El presidente de Brasil, Michel Temer, eligió no vivir en el palacio presidencial de Alvorada por razones sobrenaturales. El político de 76 años sintió “malas energías” en la residencia oficial e incluso se preguntó si había fantasmas.
“Sentí una cosa extraña ahí. No conseguía dormir, desde la primera noche. La energía no era buena. Marcela sintió lo mismo. Solo a Michelzinho (su hijo), que se la pasaba corriendo de un lado al otro, le gustó. Llegamos a pensar: ‘¿Será que aquí hay fantasmas?'”, dijo en una entrevista a la revista Veja.
Temer había mandado reformar el palacio cuando asumió el cargo, en septiembre, para recibir a su esposa Marcela y a su hijo de siete años, con la intención de darle al frío palacio de vidrio un aire más casero, principalmente para el niño.
La reforma, sin embargo, no le convenció y el mandatario de los brasileros volvió a mudarse a principios de marzo al Palacio Jaburú, la residencia oficial de la vicepresidencia, donde vive desde que fue elegido como número dos de su antigua aliada, Dilma Rousseff, en 2011.
Pese a la juventud del palacio brasileño, con menos de 60 años de existencia, sus mitos ya pueden compararse a las de viejos castillos medievales europeos cargados de traiciones y de historias lúgubres, probablemente por las sórdidas tramas que se viven en esas cortas décadas en la disputada política brasileña.
Los fantasmas del Alvorada
De hecho, el miedo de Temer y su familia no es el primer misterio sobre el edificio de 7,3 mil metros cuadrados diseñado por el famoso arquitecto Oscar Niemeyer, inaugurado a las orillas del lago Paranoá para ser la residencia oficial de la que sería la nueva capital brasileña.
Inaugurado en 1958 como el primer edificio de Brasilia, el proyecto fue encomendado por el presidente Juscelino Kubitschek (1956-61), idealizador de la capital futurista que descentralizaría el país, y muerto en 1976 en un misterioso accidente en su coche, en una carretera de Río de Janeiro, que lo convirtió en candidato a primer sospechoso fantasmal.
Pese a confirmarse, tras una exhumación en 1996, que fue un accidente de tránsito, nunca cesaron las teorías de conspiración sobre la muerte de Kubitschek, uno de los mandatarios más populares de la historia de Brasil, en su época, velado por más de 300 mil personas.
“No fue hecho para que personas vivan el él, sino para ser visitado”, llegó a decir de Rousseff en una ocasión, admitiendo que no lo encontraba acogedor. Sobre las supersticiones Rousseff era muy escéptica, y explicaba que los crujidos del concreto eran resultado de la dilatación del clima de Brasilia, muy caliente de día y frío por la noche.