Alguna vez, el ex goleador inglés Gary Lineker dijo que el fútbol es ese deporte en el que 22 hombres persiguen una pelota durante 90 minutos y al final ganan los alemanes. Parafraseándolo, podría decirse que Argentina es el país en el que, pase lo que pase, sube la nafta.
En los últimos años, el combustible no paró de subir y Argentina se convirtió en uno de los países con la nafta más cara de la región.
Después de la crisis de 2002, los gobiernos de Eduardo Duhalde, primero, y Néstor y Cristina Kirchner, después, impusieron y mantuvieron retenciones a las exportaciones de petróleo que, en los hechos, divorciaron el precio de la energía de la cotización internacional. La energía barata tuvo pros y contras. Por un lado, impulsó la reactivación económica, porque mover personas y mercancías resultó económico. Pero el costo terminó siendo alto: las empresas no tuvieron incentivos para invertir, el Estado no exigió tampoco esas inversiones y el país perdió su autoabastecimiento.
La política de combustibles del kircherismo viró con la nacionalización parcial de YPF, primero, y su estatización, después. En 2008, cuando la familia Eskenazi se asoció con el grupo Repsol en la petrolera, el Gobierno comenzó a autorizar gradualmente subas de precios en las naftas. Luego, al estatizar el control de la empresa, buscó impulsar Vaca Muerta y la exploración de yacimientos convencionales de petróleo y de gas con más incentivos a la producción.
A partir de 2014, el precio internacional del petróleo se derrumbó. Si llegó a superar los 100 dólares, no paró de caer hasta rozar los 30 dólares. En Estados Unidos y otros países que ataron los precios de sus naftas a la cotización global, el combustible se abarató. Pero Argentina decidió subsidiar el barril interno de petróleo para mantener la actividad del sector y darle aire a Vaca Muerta. El barril local llegó a estar el doble que en el exterior. Entonces, cuando la nafta bajaba, en Argentina aumentaba.
Con el cambio de gobierno, la política energética se modificó. El ministro de Energía y ex presidente de Shell, Juan José Aranguren, propuso desarmar gradualmente el subsidio al barril local. Y le puso fecha de vencimiento: a mediados de año, el crudo comenzará a regirse por los precios internacionales. Los valores no están lejos. El precio internacional se recuperó y ronda los 50 a 55 dólares, mientras que el barril interno está entre 60 y 65 dólares. Sin embargo, a pesar de que el crudo local que compran las refinadoras para producir cumbustibles baja, la nafta volvió a aumentar.
Ocurre que el 80 por ciento de los costos de las petroleras se miden en dólares y la devaluación de diciembre de 2015 hizo mella en sus balances. El año pasado, las naftas subieron 31 por ciento, la inflación fue del 40 por ciento y el tipo de cambio pasó de $ 9,50 a 16.
Por eso, el Gobierno y las empresas acordaron una suba del 8 por ciento a partir de hoy y revisiones trimestrales de precios, en base al valor del barril de crudo, el avance de la inflación y otros costos.
La nafta súper de YPF, que domina la mitad del mercado, cuesta desde hoy $ 18,44 por litro en Buenos Aires y supera los 20 pesos en el interior. La premiun cuesta hasta 24 pesos por litro en el norte del país. Shell sigue vendiendo el combustible más caro y la nafta premiun roza los $ 21,60 en el Área Metropolitana.
Aranguren confirmó ayer que el combustible volverá a aumentar en abril. Después, quedará todo al arbitrio de la oferta y la demanda. Las empresas deberían competir. ¿Lo harán? Hasta el momento, el puñado de compañías que despachan combustible a las estaciones de servicio se mueven en sincronía.