Miente, pero eso no le resta votos: Un estudio nos explica por qué

La investigación fue desarrollada para tratar de explicar el porqué del éxito de Trump.

“Ya ven lo que está pasando”, dijo Donald Trump el pasado 18 de febrero ante miles de seguidores entregados en un mitin en Florida. “Tenemos que mantener nuestro país a salvo. Ya ven lo que pasó en Alemania, lo que ocurrió anoche en Suecia”. Pero en Suecia, no había ocurrido nada. El presidente estadounidense había vuelto a mentir.

Y pese al escándalo al otro lado del Atlántico y las bromas en las redes sociales, no pasó nada. La mentira ya no resta capital político. Eso es lo que ha revelado un estudio publicado por la prestigiosa Royal Society británica, que demuestra que la veracidad ya no es un requisito para apoyar a un candidato político.

El estudio ‘Procesando la desinformación política: comprendiendo el fenómeno Trump’, que sale hoy a la luz y al que La Vanguardia.com tuvo acceso en exclusiva, investigó el impacto de la desinformación política para tratar de arrojar algo de luz al éxito del empresario reconvertido en político. Mediante dos experimentos con cientos de participantes se midió la repercusión que tienen las mentiras del magnate tanto entre sus seguidores como entre sus detractores. Y los resultados sugieren que los políticos pueden diseminar desinformación sin perder partidarios.

Trump no es el primer ni el único político que dice mentiras, hay ejemplos geográficamente mucho más cercanos, pero sí que es un ejemplo paradigmático. Por ello, los investigadores eligieron como objeto de estudio en una investigación que se llevó a cabo durante la precampaña republicana, a finales de 2015.

El sitio de verificación de datos Politifacts, por ejemplo, calculó que sólo un 16% de las afirmaciones de Trump son ciertas o parcialmente ciertas.

Los investigadores sometieron a los participantes en el estudio a dos experimentos. En el primero, examinaron hasta qué punto se consideraba creíble una información (que en ocasiones era correcta y en otras falsa) dependiendo de la fuente. Los 1776 participantes, divididos entre demócratas, republicanos partidarios de Trump y republicanos no partidarios, tenían que determinar el grado de credibilidad que le daban a una frase. Algunas de ellas estaban atribuidas al magnate y otras no.

En el segundo, se trataba de investigar el impacto en la credibilidad de la fuente una vez se hacía saber a los participantes la veracidad o falsedad de la información. En este caso, participaron 960 personas.

Los experimentos revelaron que si la información era atribuida a Donald Trump, sus partidarios le daban más credibilidad que si no estaba atribuida a nadie en concreto. Al contrario de lo que ocurría con los demócratas y con los republicanos no partidarios.

Pero lo interesante es que una vez confrontados a una explicación neutral y objetiva de porqué ciertas afirmaciones de Trump utilizadas en el experimento eran falsas, sus partidarios corregían su punto de vista, pero no su intención de voto ni sus sentimientos hacia el político.

Por lo tanto, los investigadores llegan a la conclusión de que las consecuencias negativas para un político de difundir mentiras parecen ser limitadas y sugieren que los votantes utilizan a las figuras políticas como guía para determinar lo que puede ser verdadero o falso, pero no necesariamente insistirán en la veracidad como prerrequisito para apoyar a candidatos políticos.

 

Los investigadores alertan de que, pese a que entender la popularidad de Donald Trump pese a que mienta deliberadamente es un caso interesante de estudio de la política estadounidense, no se puede hablar sólo de un “fenómeno Trump”, ya que la desinformación es un arma común en la arena política de cualquier país y los votantes de otras opciones políticas tenían comportamientos similares. Por lo tanto, indica el estudio, parece que es posible atraer a los votantes con la demagogia más que con argumentos construidos a base de lógica y hechos.