Ahora bien, ¿no hay solución? ¿Si tenemos un perro propenso al mareo en el coche, no hay que llevarlo de viaje nunca con nosotros?
Primero se debe buscar la causa de esos vómitos, que como decíamos, son una reacción que puede deberse a la velocidad, o bien a la ansiedad. Si se trata del primer escenario, el animal (en especial el joven) está comportándose igual que los humanos cuando un exceso de velocidad genera un encontronazo entre la vista y el oído interno, provocando un desequilibrio entre ellos. En cambio, la ansiedad suele deberse a una mala experiencia previa a la hora de subirse a un vehículo, o bien, simple y llanamente, a falta de experiencia con los mismos.
En ambos casos tiene mucho que ver cómo se le haya familiarizado con un coche: si la primera vez que se monta a uno, siendo cachorro, vomita, es muy probable que desde entonces asocie el viaje con una mala experiencia, y que por tanto se repita en viajes futuros. Si no se corrige a tiempo, el perro puede que le tenga pánico a los coches, empeorando mareos y vómitos. Por su parte, también puede tener ansiedad si todas las veces que se ha montado en un vehículo haya sido para ir al veterinario, u otro sitio desagradable para él. Estrés, ansiedad y miedo están muy vinculados entre sí. Y el mareo y los vómitos son una consecuencia directa de esa relación.
Pero es posible que, directamente, el perro no se haya familiarizado nunca de pequeño.
Desaprovechar la etapa en que el animal se desarrolla y descubre lo que le rodea para subirle a un coche, puede implicar que la primera vez que lo haga sea mucho más tarde de lo deseado, cuando el animal ya sea adulto y consciente de lo que le rodea. Imaginad la ansiedad que puede suponer para él, con su cerebro ya desarrollado.
La forma más fácil de saber a qué se debe el mareo pasa por ver cómo se sube al coche. Si está tranquilo, y de golpe vomita sin más, se tratará de una reacción física, motivada por la velocidad. En ese caso, existen varios medicamentos específicos para la mascota, por lo que una visita al veterinario puede ser clave en la solución del problema.
Si se debe a un trauma, la cosa ya es más peliaguda, puesto que un perro que asocie un viaje en coche con conceptos negativos puede llegar a generar una aversión tal como para empezar a marearse incluso antes de llegar a subirse en él, sufriendo importantes crisis de estrés.
Para saber si el mareo lo genera la ansiedad, hay que saber detectar las pistas que nuestra mascota nos va dejando: jadeos, exceso de baba, inquietud, movimientos compulsivos (lamerse los labios constantemente, temblores), o arcadas directamente, son síntomas inequívocos de que algo no va bien. De hecho, no siempre es el mareo el reflejo del estrés de un can al subirse a un coche; otros comportamientos (ladridos, sobreexcitación) también denotan una ansiedad a tomar muy en consideración para no hacerle sufrir.
Sea como sea la demostración, lo que está claro es que la ansiedad debe rebajarse, intentando cambiar esa asociación negativa mediante estímulos positivos que poco a poco le hagan perder el miedo a viajar.
¿Cómo hacer que nuestra mascota se sienta a gusto en el coche?
Antes de nada, un aviso: hay que armarse de paciencia. Conseguir superar traumas no es inmediato, sino que requiere de un proceso largo y paulatino que empieza con intentar que nuestra mascota se vuelva a familiarizar con el automóvil casi desde cero. Para ello, lo primero es intentar que se suba al mismo todas las veces que sea necesario con el motor apagado, Que se vaya familiarizando, que entre y salga, viendo que no pasa nada si lo hace. Deja las puertas abiertas, juega con él intentando convencerle… un truco eficaz pasa por coger la correa del animal y, sin arrastrarlo ni forzar absolutamente nada la situación, cruzar por la parte trasera del coche sin mirarle y dejando las puertas abiertas en todo momento. Cuando decida cruzar, al otro lado le esperarán todos los cariños que sean necesarios para que se sienta con ganas de repetir; luego, para que tenga efecto el logro, lo ideal sería rodear el coche corriendo y repetir la operación las veces que fuera necesario, parando dentro del coche para descansar cada vez más tiempo.
Tras esta primera toma de contacto, es ideal repetir la operación pero esta vez con el motor encendido; de este modo, nuestro amigo disociará el ruido a conceptos negativos.
Y por último, el movimiento: si hemos llegado hasta aquí, tendremos que andarnos con ojo para no echar todo el trabajo por la borda. Con el perro ya más tranquilo en el interior, toca empezar a dar paseos con el coche, que sean muy breves y carentes de cualquier movimiento brusco. Subir, moverse, y bajar del aparato sin que ocurra nada negativo. Puede venir bien la ayuda de otra persona, permitiendo que nos sentemos con nuestra mascota tranquilizándola en caso de que la observemos algo nerviosa.
Hay difusores de feromonas que pueden servirnos como último recurso en caso de que todo lo que acabamos de contar falle… pero ese sería un tema a tratar con el veterinario. ¡Estamos seguros de que no serán necesarios!