«¡Alto ahí!» El grito de película tronó a mis espaldas. Me di vuelta pensando que era para otro, pero era para mí. Con la torpeza de quien entra por primera vez en el Palacio de Justicia, un verdadero laberinto (y no es metáfora kafkiana), no advertí que estaba a punto de tomarme un ascensor que tenía un inmenso cartel al costado que decía: “Uso exclusivo señores ministros de la Corte Suprema”. Sólo había leído “Corte Suprema”, que era adonde yo me dirigía con mi libreta de periodista, hecha un manojo de nervios. Por suerte ese día de 1999 tenía una cita convenida de antemano, facilitada por un generoso colega. Quedé impresionada con la inmensidad del despacho que me recibió, su olor a madera añeja, una pared colmada de libros pesados, arañas en el techo, muebles recién lustrados y el vaso de whisky de mi interlocutor.
Así empieza Irina Hauser a contar su ingreso en el Palacio de Tribunales donde deliberaba la Corte Suprema de Justicia en tiempos de Carlos Menem, cuando sus integrantes eran nueve, habían sido elegidos a dedo, y la mayoría era “automática”. Durante esos años golpeó puertas, esperó horas en pasillos, persiguió a ordenanzas, tuvo que charlotear con ascensoristas y con policías que custodiaban el espacio sagrado de los cortesanos de turno.
¿Cómo son “los supremos”, esos hombres y mujeres que conforman un cuerpo colegiado que posee un poder omnímodo? Su palabra es la última siempre y puede hundir al país en un desastre económico o salvarlo de múltiples peligros. A partir de la renovación de Néstor Kirchner, los nuevos jueces fueron personajes visibles. Raúl Zaffaroni, Carmen Argibay, Elena Highton, Ricardo Lorenzetti hablaban en público, mientras los viejos sobrevivientes Enrique Petracchi, Carlos Fayt, Juan Carlos Maqueda se resistían a perder protagonismo. Aquella Corte produjo fallos que fueron hitos. Pero en cierto momento se replegó sobre intereses propios. ¿Cuán independiente fue ese tribunal –y cuánto lo es el actual– de los intereses políticos y económicos que presionan a los gobiernos? ¿Cuál es la incidencia de Lorenzetti en el humor de la Corte? ¿A qué aspira?
La atrapante investigación de Irina Hauser corre el velo de un cuerpo de élite que conserva los modos y prácticas de la aristocracia palaciega, enigmático, intimidante y desconocido hasta ahora.