Los secretos del meteórico ascenso de María Eugenia Vidal

En el libro “La Gobernadora”, la periodista Mara Laudonia recorre la vida de la mandataria bonaerense, uno de los mayores fenómenos de la política reciente. Infobae publica un adelanto

La primera vez que la vi, en un mano a mano a solas, fue una tarde de enero de 2016, en la Gobernación de Buenos Aires, en La Plata. María Eugenia Vidal no había pasado ni siquiera un mes en el gobierno, y era un
día bastante particular.

A la misma hora de nuestra cita, todos los canales de televisión estaban al rojo vivo con la persecución cinematográfica de los hermanos Lanatta y de Víctor Schillaci, que escapaban entre los maizales de un pueblo en Santa Fe. Los presos llevaban once días prófugos y no se hablaba de otra cosa en ningún lugar de la política. El vocero de Vidal me recibió en la antesala y me hablaba mientras esperaba la reunión, pero cada tanto miraba las pantallas de TV que estaban en su despacho.

Yo pensaba, para mis adentros, que había elegido un mal momento para tomar un café con ella, no podría haber sido peor. En realidad, mi charla había sido pautada para el 28 de diciembre, pero en la víspera, el domingo 27, a Vidal le sonó el teléfono a las tres de la madrugada mientras dormía con su marido, en la primera noche que intentaron pasar en familia en la casa de la gobernación, y que luego resultaría la última. A partir de ahí, todo se trastocó. Se habían fugado de un penal bonaerense los tres condenados por el caso conocido como el Triple Crimen de General Rodríguez, donde fueron hallados muertos en agosto de 2008 los empresarios Sebastián Forza, Damián Ferrón y Leopoldo Bina, vinculados con el tráfico ilegal de efedrina. Un caso simbólico, ya que puso en tela de juicio el estatus que se creía que padecía la Argentina respecto de las drogas, desnudando que fronteras adentro había producción.

Un ingrediente adicional era que uno de los prófugos había resultado funcional a la promoción de la candidatura de Vidal, cuando en plena campaña electoral Martín Lanatta denunció desde la cárcel que Aníbal Fernández tenía vínculos con el caso de la efedrina. Inmediatamente después del llamado, Vidal supo que no era una fuga más y que representaba un golpe directo al corazón de su promesa de campaña de luchar contra el narcotráfico. Ese mismo domingo se armó un comité de crisis para conducir el operativo de captura de los prófugos, se removió a toda la cúpula del Servicio Penitenciario Bonaerense y al jefe de la Unidad Penal 30 de General Alvear, César Luis Tolosa, y se inició un sumario de lo que había pasado.

Era obvio que no habría lugar para mi anhelado café ese lunes, el mismo que Vidal había denunciado que las mafias habían “penetrado la política”. Cuando amainó la situación con la seguridad de que los presos estaban fuera del radar de Buenos Aires, reagendamos el encuentro. La tarde fijada para nuestra entrevista hubo pistas concretas del paradero de los prófugos en Santa Fe, y me pregunté cuánto le importaría escucharme. Y lo más importante, ¿aceptaría mi propuesta?

En un momento se abrió la puerta de su despacho y salió una mujer elegante —más flaca que en el búnker la noche en que Mauricio Macri se consagró Presidente—, que se dirigió al salón adonde estábamos nosotros. Venía de una mañana intensa en el partido de San Martín, había trabajado en el municipio con su Gabinete a pleno. Pese a todo me recibió, porque la cita estaba pactada de antemano y porque era una forma de demostrarme a mí y demostrarse a sí misma que su gestión seguía firme, pasara lo que pasara. Ella estaba seria pero muy atenta. En esos veinte minutos no advertí, ni siquiera por un segundo, que tuviera ganas de asomarse hacia donde estaba la TV para ver las últimas novedades de la persecución, ya que las pantallas no estaban a su vista. Y para mis adentros pensé: “¿Será una buena actriz?”. Algo de eso inevitablemente hay en los dirigentes políticos, y algunos son mejores que otros. No obstante, al tiempo de indagar sobre su vida, observé que su predisposición y su concentración tenían el objetivo de analizar rápidamente la situación para luego discernir los pasos a tomar en relación con mi pedido, y que en realidad eran cualidades suyas.

Portada de “La Gobernadora”, de Mara Laudonia (Sudamericana).

Portada de “La Gobernadora”, de Mara Laudonia (Sudamericana).

Por contraste, a la salida del encuentro, me vino a la mente otra situación de crisis durante una entrevista que yo había tenido, quince años atrás, con un secretario de Finanzas, apenas unos días antes del fin del gobierno de De la Rúa. Por más amable que intentara ser aquel hombre conmigo, demostró una mínima atención y lo único que pudo hacer fue mirar la pantalla a un costado, que marcaba cómo los bonos y las acciones argentinos se caían a pedazos. Y, cada tanto, trataba de contestarme algo a mí, la periodista insistente que debía regresar a la redacción con material para escribir.

Mi planteo fue decirle a María Eugenia Vidal que estaba indagando y escribiendo sobre su vida —o una parte de ella— y que me gustaría que participara. Sentada y cruzada de brazos, pensó por un instante, al rato me contestó que tenía claro que tanto ella como su marido eran personas públicas, y por eso iba a concederme la entrevista solicitada. Solo manifestó preocupación por el resto de su familia, lamentaba exponerlos a la mirada pública, según interpreté. Sus tres hijos son menores de edad, y su instinto de madre pretendía cuidarlos.

Su respuesta me sorprendió para bien, no advertí signos de especulación en ella. Más allá de lo que pudiera haber averiguado sobre mí, o lo que pudieran haberle alertado los más cercanos, desconocía en qué giraba mi investigación o qué pretendía al escribir sobre ella. La entrevista terminó ahí, no hubo condiciones de ningún tipo, y continué indagando sobre su vida.

Ahora que el libro está terminado y conozco más sobre ella, creo que la motivó a aceptar mi propuesta el hecho de tomarla como un desafío. El reto de que, buscara lo que buscara, no podría encontrar algo que la incomodara o que no pudiera manejar. Aun sabiéndose una persona muy detallista y que pretende tener el control en cada acción que le compete. Porque, con aciertos y errores, Vidal se siente una persona coherente y honesta y así lo expresa. Una de las últimas veces que nos encontramos, los prófugos ya habían vuelto a la celda, y ella había anunciado pocos días antes su separación de Tagliaferro, después de dieciocho años de matrimonio. Una separación que tiene sus bemoles, por los lazos familiares, por el cariño y el soporte mutuo de tantos años.

Al contrario de lo que podría pensarse, ella estaba muy enérgica y contenta porque venía con una buena noticia —un logro que alimentaba su vocación de servicio—, tras pasar la mañana en Merlo. Allí había alcanzado la meta inédita de reunir a Nación, provincia e intendencia en una acción conjunta y concreta en la zona más necesitada del municipio.

Fue en el Barrio Los Molinos, a dos cuadras de donde había sido la toma de un predio en reclamo de viviendas, apenas unas semanas antes. En el operativo había carteles de varios colores partidarios, ya que en Merlo gobierna Gustavo Menéndez, del Frente para la Victoria, y todavía quedaba el naranja sciolista. “Al primer día vinieron los punteros para ver si te organizan la gente; al segundo día, la gente comenzó a acercarse, y al tercer día viene la gente a decirte cómo te ayuda. Entonces, hoy me voy a dormir diciendo que ‘mi día valió la pena'”, me contó Vidal. Sus allegados afirman que así gobierna y se maneja en la vida, con esa consigna de por qué valió la pena ese día. En este caso, por un lado, ella festejaba el avance de ir rompiendo con el clientelismo en la zona y, por el otro, graficaba cuál era el sentido de su batalla diaria al frente de la Gobernación de Buenos Aires.

No voy a pasar por alto que Menéndez es además viejo amigo de Ramiro Tagliaferro, con quien jugó varios años al fútbol en un colegio de Morón, pero no por eso resulta menos meritorio destacar que Vidal buscó desde el comienzo de su gestión marcar una disrupción en la histórica relación, de casi treinta años, entre los gobernadores y los barones del conurbano. Ella se ocupó de dividir el mapa de reparto de recursos en 135 intendencias, con el objetivo de entregar fondos equivalentes para quien gestiona la concreción de obras, sin distinguir el color político. Así quedó plasmado por ley en el Presupuesto, así se ve por televisión y en los diarios, cuando va a los distintos municipios no importa el color partidario, y así me lo contaron los intendentes peronistas y kirchneristas que lograron establecer un puente con la gobernación.

Durante la entrevista, Vidal se sirvió el té con pastafrola —la misma que comía su antecesor Daniel Scioli— y la degustó con ganas mientras respondía concentrada cada pregunta que le hice. No había signos de anorexia nerviosa en su apariencia, como algunos medios ventilaron, ayudados por voceros de rivales políticos a Vidal, en el mismo seno del Pro.

El lector quizá se pregunte por qué se me ocurrió meterme con Vidal. Quise saber quién era la mujer que había logrado esa gran empatía con los bonaerenses, más allá de las apariciones públicas de ella que miré en la tele, o de alguna conferencia de prensa que me tocó cubrir, o de algo que escribí sobre la ciudad en el pasado. Vidal es una mujer joven de mi generación y tiene la enorme responsabilidad de gobernar el distrito más grande y complicado del país. Quise saber qué pensaba realmente, más allá del discurso de campaña, cómo había sido de chica, cómo se metió en política, por qué eligió al Pro, cómo había ascendido en su partido, cómo había logrado romper el conjuro de gobiernos peronistas y ganar la elección, cuáles eran sus valores, entre tantas preguntas que me surgieron un día mientras miraba una entrevista que ella daba por TV.

Vidal evita encasillar sus ideas en las de los partidos políticos tradicionales y, sin embargo, tiene reminiscencias de peronismo clásico. Dice que “el poder es un medio” para desplegar su vocación de servicio y lograr el fin de su política: solucionarle los problemas a la gente. Para Vidal, la política es “hacer”. “Creo que esta cosa del hacer es de toda mi vida, yo vengo de una familia de laburantes. Seguramente son muchas cosas, muchos mensajes a lo largo de mi vida que confluyen en el hacer, pero, sin ir más lejos, la escuela a la que yo iba era una congregación religiosa de la Misericordia, cuyo lema es ‘El corazón a Dios y las manos al trabajo’. O sea, siempre hubo como una cosa de lo concreto, del hacer, a lo largo de mi vida. Lo que me acuerdo de Alfonso Santiago [ex secretario de Juan Domingo Perón y uno de sus profesores de la Universidad Católica Argentina (UCA), ya fallecido] es que todo el tiempo remarcaba “cómo se hace una resolución, cómo se hace un decreto, cómo se hace una ley”, esta cosa de que lo que en el Estado no traducís en una forma legal no existe. Yo digo mucho esta frase, ‘lo que no tiene un expediente no sucede’. Si vos no tenés un expediente, por más que tengas intenciones de hacer, si no empujás los papeles, que es la parte menos glamorosa de gobernar, las cosas no pasan.”

Vidal avanza más en su definición de “hacer” y dice que en los próximos cuatro años va a “hacer lo que no se ve”, o sea, lo que cree que se tiene que hacer, sin pensar en cosechar votos o no. Pero, a la larga, sabe que así llegan. En sus propias palabras: “Pensar que alguien que viene de la pobreza más extrema te va a votar porque le das algo es no apostar a su dignidad y subestimarla. Estoy convencida de que cuando no hacés clientelismo y apostás a que la persona esté mejor de verdad, al final te termina votando porque la respetaste“. Más allá de sus ideas y de sus intenciones, lo cierto es que se transita hoy un “vidalismo”, un estilo político propio que excede al macrismo —la mujer le “pone el cuerpo” a la gestión, bajando al territorio— y que destaca la importancia de hechos concretos y la construcción de consensos.

Vidal, que surgió en la política de la costilla de Mauricio, se perfila como la llave del éxito del proyecto político que se erigió de las cenizas de 2001. Macri sabe que su gestión dependerá en buena medida de la de Vidal en Buenos Aires. El apostó por ella, y ella le retribuyó al ganar la provincia. Ahora se necesitan mutuamente para lograr la continuidad de ese espacio político. Estas páginas recorren su vida y conforman una historia, según los rastros dejados por Vidal en su andar.

Un recorrido que también tiene que ver con la historia del Pro —el partido político que nació hace quince años y que en las elecciones 2015 dio un salto fenomenal de partido vecinal a Gobierno nacional y de los principales distritos, gracias a la alianza Cambiemos— y con parte de la historia política del presidente Mauricio Macri. A sus cuarenta y dos años, Vidal se muestra una mujer con sentido de la responsabilidad, con fortaleza espiritual y tremenda vocación de servicio, que además goza de muy buena imagen en los primeros cien días de gestión: alta la positiva (más de 60%) y baja la negativa (9%).

Se sabe que la gestión es una “picadora de carne”, que puede moler todo lo que la atraviesa, y que el poder puede resultar un arma de doble filo. ¿Podrá Vidal llevar las riendas en una provincia “quebrada” y enquistada por la mafia del juego y el narcotráfico? Esta es la pregunta de todos. Parte de la respuesta se encuentra en su historia, y otra parte, en su futuro. Su empeño y empuje evidentes permiten vislumbrar que, si logra solo algo de lo que prometió a los bonaerenses, puede resultar en un ascenso en su carrera política.