Desde 1965, los Pumas se han caracterizado por tener la capacidad de igualar y hasta superar a rivales de mayor envergadura en base a la garra. A dejar todo en cada tackle, en cada embestida, en cada scrum. A “salir vacíos de la cancha”, como les gusta jactarse a ellos mismos. Pero cuando esto no ocurre cuando no hay humildad, cuando se pretende ganar con las manos antes que con las piernas. Así, los Pumas son vulnerables ante cualquier rival.
Francia no es un adversario menor. Es una potencia, aun con un equipo de segunda línea como el que presentó el sábado en Tucumán. Un clásico además, y lo tomaron como tal. No así los Pumas, por lo que el desenlace resultó inevitable: una goleada en contra por 27-0 para cerrar una ventana internacional de junio que había comenzado de manera promisoria y terminó dejando un saldo negativo, pese a las dos victorias previas.
Cuesta encontrar en los 80 minutos una acción en la que se haya reflejado el espíritu Puma, ya sea en la mencionada entrega como en la nueva fisonomía ofensiva que le dotó Daniel Hourcade. Tan solo un mini quiebre de Matías Moroni que fue rápidamente neutralizado y terminó con los Pumas debajo de sus palos esperando la conversión del try rival y una escapada de Landajo sobre el final. Ni siquiera un tackle contundente.
Y eso por no hablar de las numerosas imprecisiones de manejo, la permanente equivocación en la toma de decisiones (para usar el pie en extremo ataque o para saber cuándo salir jugando del fondo), los errores en el line-out (cuatro perdidos cuando el partido era parejo), los penales infantiles, la debilidad del scrum, los penales innecesarios. Y otra vez, por séptimo partido consecutivo, una tarjeta amarilla. Pero lo más grave fue la falta de tackle, el más fiel reflejo de la falta de actitud. Los Pumas perdieron con Francia, pero también fallaron en superarse a ellos mismos.