Antes, la Sala II de Cámara de Apelaciones de La Plata ordenó la clausura y la liquidación de todos los bienes del club. Mientras tanto, el presidente Daniel Lalín recibía todo tipo de agresiones en su intento por explicar la situación a los socios. Aquel redoblante que le rompió los anteojos quedará por siempre como una de las imágenes más tristes en la historia académica.
Fue el 4 de marzo de 1999, tres días antes del debut de la Academia en el torneo local, cuando Ripoll pronunció esa frase que, lejos de significar resignación para el hincha de Racing, motivó un amor propio que emergió de lo más profundo.
Aquel domingo 7 de marzo, Racing debía jugar ante Rosario Central, pero la Justicia no habilitó al club a comenzar el Torneo Clausura. Pese a esto, una multitud de la Academia copó las tribunas del estadio Juan Domingo Perón y apoyó en el peor momento de su historia. Sin jugadores, sin rivales, sin partido. La gente estuvo presente en un momento histórico.
Y dos días después, la Cámara de Apelaciones aclaró que la liquidación de bienes seguía en pie, pero que el club podía seguir abierto. Así, en un proceso que duró hasta 2008, cuando se levantó la quiebra, los hinchas comenzaron a resistir una batalla durísima que, en base a sacrificio y amor propio, iban a terminar ganando.