A simple vista parece una casa abandonada cerca de la ciudad de Manbij. Una más de las tantas en el devastado norte de Siria, una nación partida en mil pedazos como consecuencia de una brutal e interminable guerra civil que se cobró la vida de cientos de miles de personas y la expansión de grupos terroristas como Al-Nusra y Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés).
Sin embargo, en su interior funcionaba hasta hace pocas semanas, una prisión de ISIS. Pero no cualquier tipo de cárcel. Era la utilizada por los yihadistas para torturar a sus prisioneros. Para “quebrarles su voluntad”, según indicó un testigo.
Un informe de la BBC los mostró por dentro. Los terroristas interrogaban a sus cautivos respecto de cuestiones religiosas en condiciones infrahumanas, como suelen tratar a todo aquel al que consideren “infiel”. En la celda de tortura apenas cabe una persona, que no podrá recostarse jamás y tampoco podrá extender sus brazos. La distancia entre paredes es de apenas un poco más del largo de sus hombros.
Otras celdas también pueden alojar hasta 14 prisioneros al mismo tiempo, quienes esperarán tranquilos su posible ejecución. El olor es nauseabundo. Tiene tan solo un “retrete” -si es que puede llamárselo así-, como para que las víctimas sepan que allí pasarán un largo tiempo. Igualmente, se consideran “afortunados” por no estar en las “cajas” de confinación solitaria.
Durante el recorrido dentro de la prisión, el corresponsal de la cadena inglesa halló documentación relativa a los interrogatorios religiosos a los que eran sometidos los prisioneros. Los papeles mostraban que a los reclusos se los calificaba de 0 a 100. Si estaban por debajo de 50, eran torturados por no conocer las enseñanzas del Corán y del Islam.