La oscuridad no es tan oscura como creíamos

Al menos para nosotros. Si nos encierran en una habitación absolutamente cerrada, sin el menor resquicio para que se cuele un mísero fotón, es de suponer que lo veamos todo negro, pero mucho más que el carbón. Pero no es así.

En total oscuridad lo que percibimos es un gris uniforme que en el siglo XIX recibía el nombre eigengrau, del alemán gris intrínseco, y que hoy se denomina “ruido visual”. Esto quiere decir que vemos la total oscuridad con más luz que un objeto negro en condiciones normales de luz o que el cielo nocturno, debido al contraste que proporcionan las estrellas.

Esto es debido a un peculiar proceso que sucede en las células fotosensibles de nuestra retina, los conos y bastones. A lo largo del día se producen eventos aleatorios que son indistinguibles de los que provocan los fotones de luz cuando llegan la retina.

En los bastones de los seres humanos estos “destellos” aleatorios se producen una vez cada 100 segundos, lo que proporciona un “ruido visual” de fondo apreciable en condiciones de oscuridad absoluta. Es más, en experimentos con sapos se ha encontrado que estos eventos dependen de la temperatura, lo que hace sospechar a los científicos que la molécula que se encuentra detrás de este fenómeno es la rodopsina, una proteína fotosensible compuesta de dos partes, la opsina y la vitamina A. La rodopsina, que se encuentra en los bastones -las células que nos permiten la visión nocturna-, es muy inestable y espontáneamente puede perder su integridad y hacer que el ojo mande señales al cerebro de que ha llegado un fotón de luz cuando, en realidad, eso no ha sucedido.