“La manera de predecir el futuro es inventarlo. Es una máxima que traté de construir siempre”. Quien habla es Emiliano Kargieman, CEO y fundador de Satellogic, una empresa argentina de tecnología iniciada en 2010, que logró construir nanosatélites cuyo valor es 1000 veces menor al de los tradicionales.
La compañía está haciendo punta en un camino que puede revolucionar el espacio. “La visión que tenemos es poner una constelación de satélites alrededor del planeta, cada uno de ellos con sensores. Eso sirve para cuantificar procesos globales y ayudar a tomar informados decisiones sobre grandes problemas”, dice Kargieman.
Al usar tecnología que se emplea para hacer teléfonos celulares, computadoras, y autos, eso permite reducir los costos de manera significativa. “Queremos democratizar la tecnología espacial y que esté disponible para más gente y empresas”, expresa. Su idea es que pueden hacer uso de ellos grupos de investigadores, universidades, estudiantes y hasta aficionados.
Satellogic ya logró poner en órbita cinco de sus satélites. Fresco y Batata; Capitán Beto (en homenaje a Luis Alberto Spinetta) Manolito (por el humorista Quino) y Tita, y promete que serán muchos más. Los últimos aparatos que fueron lanzados al espacio permiten monitorear campos, cultivos, industrias petroleras e infraestructura en tiempo real. Para eso cuentan con tres cámaras de un metro de resolución: una multiespectral, otra hiperespectral y otra térmica.
Todos los nanosatélites se diseñaron con tecnología totalmente made in Argentina y sin emplear dispositivos espaciales, solamente electrónica de consumo.
Los inicios
Desde chico Kargieman ya se caracterizaba por su inquietud y la búsqueda por crear objetos. Empezó programando y a los 15 años armó una pequeña empresa con compañeros del secundario para hacer software que vendían a pequeños negocios que estaban empezando a utilizar computadoras personales para llevar la contabilidad.
A los 17, lo contrataron en la AFIP dentro de un grupo que hacía investigación en seguridad. Y a los 19, mientras estudiaba matemática en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, fundó Core Security, una compañía de seguridad informática que desarrolló el primer producto para hacer penetration testing, un programa que emula lo que haría un atacante y después genera un reporte de cuál fue el camino de entrada. La empresa facturó en 2014 34 millones de dólares.
Pero Kargieman no es de los que se quedan quietos. Logró ingresar a Singulary University, un centro de estudios que queda en Silicon Valley y está financiado por la NASA, Google y Nokia, entre otros gigantes de la tecnología, y que ofrece un programa intensivo de diez semanas para mentes brillantes de alrededor del mundo.
Había ochenta participantes y la idea era que cada uno desarrollase un proyecto de base tecnológica y con la potencialidad de mejorar la vida de al menos mil millones de personas en los próximos diez años. Emiliano pensó en satélites, se volvió a la Argentina, consiguió seis millones de dólares del Ministerio de Ciencia de la Nación, el apoyo del INVAP y así empezó todo.
“Cuando empezás cualquier proyecto ambicioso, es natural que mucha gente te diga que eso no se puede. Pero yo trato de entender el por qué. Hay cosas que son realmente imposibles, pero otras no”, reflexiona.
“Me gustó siempre leer ciencia ficción. Ahí hay dos tendencias muy marcadas: futuros distópicos y utópicos. Cuando veía el mundo, no podía dejar de pensar si era una en el cual me gustaría vivir o no. Además sentía la responsabilidad moral de devolverle algo a la sociedad. En un momento de mi vida decidí ponerme a trabajar para crear un futuro mejor”, finaliza.