La duda, la falta de seguridad en uno mismo y la paranoia pueden ser un germen corrosivo y destructor. Añádase un toque de voyerismo, un crimen y la soledad que invade a cada ciudadano de una urbe y tendremos algo cuando menos inquietante. Paula Hawkins lo sabe y ha construido con ello la receta del éxito editorial.
Las mujeres de Hawkins no son atacadas por psicópatas, por perfectas y maquiavélicas mentes criminales, sino por gente de su familia, de su entorno. “Escribimos así porque es lo que pasa en la realidad. Es completamente realista”, afirma la autora para hablar del subgénero que arrasa “La chica del tren” es la historia de Rachel, una mujer de cuarenta años que tiene cierto gusto por el vino y el gin tonic para desayunar, que está separada y viaja cada día a Londres para fingir que sigue trabajando. En su mente construye una vida ideal para una pareja a la que ve desde la ventana cuando el tren para en el mismo punto, de lunes a viernes, a las 8.04. Un día cree haber visto algo extraño, pero no sabe si puede fiarse de sí misma, contaminada por la paranoia y la frustración y el alcohol, que le provoca tremendas pérdidas de memoria. Esa duda se convierte en el eje de la trama
Hawkins defiende a la protagonista de su novela como si la tuviera al lado. “La vemos en un momento muy malo de su vida, lo que no quiere decir que siempre haya sido así, que siempre vaya a ser así”. Rachel está tremendamente sola y vive sumida en la incomprensión.