La fotógrafa Jade Beall muestra a madres orgullosas que no esconden sus “heridas de guerra”
La rosa de mosqueta suaviza las estrías, o eso decían las enfermeras a las mujeres que, entre horrorizadas y enamoradas, miraban sus pechos enormes y sus vientres inflados en el espejo.
La crema de aloe curará las cicatrices, pero qué les importaba a ellas una cicatriz, si lo que engendraban era un ser pequeño y luminoso, imborrable, de por vida.
Dejaron entonces crecer sus heridas, sus estrías, sus enormes cicatrices. Las dejaron crecer como quien deja a un pájaro en libertad.
La guerra fue difícil: hormonas, cambios, dolores. Pero ellas fueron soldados de un ejército ganador.
Mira todas estas marcas. Mira cómo dibujan una historia tierna y perfecta. Una historia sobre el amor y sobre el futuro. Una eternidad.
El cuerpo de la mujer es un arma que araña.
El cuerpo de una mujer es el principio y el fin de todos los cuerpos.
Por eso tiene manchas, por eso tiene marcas, por eso huele a flores, y a mar, y a ceniza.
La rosa de mosqueta suavizará el dolor, dice la enfermera, pero las mujeres, entre enamoradas y horrorizadas, prefieren ser salvajes.