Juegos Olímpicos, un lugar donde conviven “los novatos y las estrellas”

El caso de María José Granatto grafica el de miles de deportistas poco conocidos, que se cruzan cada cuatro años con las grandes figuras del deporte mundial

Los Juegos Olímpicos proponen historias maravillosas. Con deportistas que lo tienen todo y que un día sintieron el impulso de conocer un mundo nuevo, pasando por aquellos que lo toman como un trabajo a partir del cual construyen su carrera, y terminando en los que difícilmente se aparten de su esencia amateur, cultivando el esfuerzo hasta el último día. Sabiendo, estos últimos, que la mayor victoria ni siquiera llega a ser un podio o un diploma, sino el hecho de considerarse plenos y satisfechos con la preparación realizada. Sentirse dignos de los Juegos Olímpicos.

Por eso están los extremos. Y conviven. Son parte del mismo universo durante dos semanas. Quizá sea injusto mencionar un solo caso, pero nos tomamos esa licencia. Ahí está la Torita María José Granatto, una de las nuevas caras de las Leonas, con 21 años. De las que vienen pidiendo paso. Las Leonas tienen sus becas, sus sponsors, son reconocidas nacional e internacionalmente. Seguramente están en una mejor condición que varios de los deportistas que se encuentran en la misma Villa Olímpica. Aún así, Granatto es una historia en sí misma dentro del seleccionado. Por todo lo que le costó llegar. Por la particularidad de jugar con tres hermanas en el equipo de Santa Bárbara. Y por la energía que le pone a su pasión. De origen humilde, cada vez que le toca entrenarse en el Cenard, se despierta a las 5 para llegar desde La Plata hasta Núñez. Sí: también lo hacen muchos argentinos a diario para llevarles la comida a sus hijos y son anónimos. Ya lo sabemos. Pero la cuestión pasa por otro lado. La propia Lucha Aymar, en sus primeros tiempos, viajaba desde Rosario a Buenos Aires en ómnibus y de Retiro se iba a la cancha, para jugar con sus compañeras. Es una cultura diferente.

Quizá Granatto gane una medalla junto con sus compañeras. Son, las Leonas, una de las esperanzas de la Argentina en Río 2016. Lo son, olímpicamente hablando, desde que en Sydney 2000 pusieron definitivamente proa a la elite del hockey. Será un premio que valorará eternamente. Un sentirle el gusto al esfuerzo. La paradoja es que esa hipotética medalla valdrá lo mismo (aunque no sea lo mismo) que una medalla que pueda ganar un Kevin Durant o Carmelo Anthony, por ejemplo, integrantes del Dream Team, acostumbrados a moverse diariamente en otro ámbito y que vivirán en Río, junto con los otros cracks norteamericanos, en un crucero. O las medallas que pueden obtener los Novak Djokovic, Andy Murray o Rafael Nadal; los Bubba Watson, Sergio García o Henrik Stenson, acostumbrados a realidades diferentes con el tenis y el golf.

Excluimos de las comparaciones a otras estrellas millonarias como Usain Bolt, Michael Phelps y Neymar: los dos primeros son parte grande de la historia olímpica y el ídolo brasileño baja un par de escalones de su hábitat natural, deja el jet privado y se encolumna detrás de una causa nacional. Y también al grueso de los atletas argentinos, con el básquetbol como bandera, en los que habita un espíritu especial que va mucho más allá de las cuentas bancarias.

Los Juegos Olímpicos son ese cruce entre Phelps y Djokovic. También lo son el contraste de una Majo Granatto con estrellas de una vida resuelta. Que se permiten, eso sí, buscar una gloria en un mundo con todas las escalas.