Las grandes ciudades, aquellas grandes junglas de cemento, a veces esconden pequeños lugares que tratan de escaparle a esta aglomeración de asfalto y concreto.
Fráncfort es una de las principales ciudades alemanas y uno de los centro financieros del mundo. De hecho, se la llama la capital financiera y económica de Europa. Ubicada en el estado de Hesse, fue una de las propulsoras del milagro económico de la posguerra.
No sólo es una urbe orgullosa de su posición dentro de la economía mundial, también se da el gusto de haber sido el lugar de nacimiento de uno de los escritores más importantes de todos los tiempos: Johann Wolfgang von Goethe.
Sí, el hombre que le dejó a la humanidad su Fausto y se transformó en uno de los más destacados dramaturgos de la historia, dio sus primeros pasos aquí y hoy su casa natal transformada en museo se puede visitar, lo que hace que muchos amantes de la literatura realicen una especie de peregrinaje hasta aquí.
Y esto es lo que ocurre cuando uno recorre las calles de esta ciudad: una cantidad impresionante de hombres y mujeres de negocios elegantemente vestidos que se apresuran para no llegar ni un segundo tarde a sus destinos, cafés y restaurantes rebosando de gente, la plaza de la ópera y su fuente con los debidos turistas, y quien les habla comiéndose un frankfurter y un bratwurst ( salchichas alemanas) en un simpático puesto callejero, y charlando lo más plácidamente con la genial propietaria quien, entre cliente y cliente, me contó cómo ve ella a la ciudad.
No sólo reflejaba un amplio conocimiento histórico, sino que además era poseedora de una picardía especial, la cual era agradecida por todos aquellos que estábamos acodados en la barra del pequeño puesto. Así, comentario va y comentario viene, me puse al tanto de un proyecto urbano que llamó mi atención. No tuve otra que apurar el bratwurst, agradecer al grito de ¡chuss! y cruzar la ciudad rumbo a la Danziger Platz. Allí me encontré con una verdadera huerta urbana, en plena ciudad y cercana a las vías del tren.
La alcaldía de Fráncfort había decidido poner a licitación un terreno para que se hiciese algo productivo. Esto tuvo una muy buena respuesta, ya que se presentaron cerca de 500 proyectos, de los cuales uno finalmente resultó elegido.
Dos amigos y socios decidieron cambiar el panorama, como dijimos antes, de concreto durante la temporada primaveral y estival, y darles a los vecinos y visitantes de la zona la oportunidad de cultivar y cuidar sus propios vegetales.
Con el apoyo que recibieron de manos privadas, se pusieron manos a la obra. Cambiaron bloques de hormigón por canteros con tierra, armaron pequeños jardines de invierno, sembraron y esperaron.
De esta manera, el barrio, a la llegada de la primavera, amaneció con una nueva fisonomía.
Mientras un vecino inspeccionaba lechugas y otras verduras, me comentaba lo importante que significaba poder tener este vergel cerca de su casa, como una especie de pequeño Edén, tal cual sus palabras. Lo más importante, remarcaba, es que todos ayudan a mantener el espacio, juntándose los viernes para hacer un repaso del lugar, ponerlo a punto y replantar aquellos vegetales utilizados en la dieta cotidiana de los vecinos.
Lo bueno, finalizó, es que parece que esto se está replicando no sólo aquí, sino también en otras ciudades. Así que voy a tener que ir y chusmear para ver qué están haciendo.
Con una sonrisa y una lechuga, el hombre encaró para su casa