El miedo a ser envenenado lo llevaba a no consumir bebida ni alimentos sin saber de dónde procedían y sin que fueran catados antes por otra persona.
Gracias a los testimonios de varias supervivientes que estuvieron al servicio del Führer, sabemos que fue vegetariano y que en su cuartel de la Guarida del Lobo –una aldea de Gierloz, hoy Polonia– fueron hechas prisioneras quince jóvenes mujeres de la zona para hacer labores de cata.
Según cuentan, una hora antes de cada comida comenzaba la tortura para aquellas jóvenes, que mientras lloraban empezaban a probar los alimentos que luego comería el Führer.
Durante dos años, estas chicas no supieron si sobrevivirían o no; eso sí, según su testimonio, todos los platos que probaban eran de verduras de la mejor calidad.
Nunca vieron a Adolf Hitler en persona, pero vivieron de cerca el atentado que casi acaba con su vida en 1944, cuando estalló un maletín de explosivos en la sala de los mapas del cuartel, dentro de la llamada Operación Valquiria.
El Führer vivía obsesionado con la idea de que los británicos intentarían eliminarlo mediante un envenenamiento: así era como se justificaba el trabajo de aquellas jóvenes catadoras.
Con el fin de la guerra, parte de la servidumbre del Tercer Reich fue capturada por los aliados, como ocurrió con las catadoras, que según apuntan algunas fuentes fueron asesinadas en su mayoría por el Ejército Rojo.