Parece mentira, pero hoy se cumplen 10 años de la muerte de Roberto Fontanarrosa. El Negro fue el ejemplo de que se puede hacer de todo y bien: dibujante -padre de Inodoro Pereyra y Boogie el Aceitoso-, humorista, cuentista, novelista. Tiene ganado el podio eterno entre los máximos exponentes nacionales de literatura sobre la pelota. Fue, junto al Gordo Soriano, uno de los socios fundadores de esa materia, que hoy tiene como máximo referente a Eduardo Sacheri.
Después de verlo un par de veces en la Feria del Libro, donde el tipo firmaba ejemplares tardes enteras -en las que batía récords Guinness de dibujos de perros Mendieta-, lo entrevisté para una revista que sacaba Deportea. Era mi primera nota y ahí tuvo otro gesto que lo pinta: dedicó dos horas y media a hablar con dos estudiantes de periodismo. En un bar, aunque no fuera su querido El Cairo, y siempre y cuando tuviera ventana a la calle, el Negro se podía pasar la vida.
Era septiembre de 2001, faltaban dos años para que le diagnostiquen la esclerosis lateral amiotrófica. Después de hablar un rato largo sobre su prolífica obra, pasamos al fútbol. Acaso su terreno favorito. Acá van las últimas cuatro preguntas de esa nota.
– En muchos de tus cuentos aparecen menciones sobre Rosario Central y no perdés oportunidad para hacer público tu fanatismo. ¿Cómo te tratan los de Newell´s?
– Yo en mis cuentos soy muy respetuoso de la contra y creo que me reconocen eso. En general me tratan bien. Igualmente, muchos, me hacen jodas por la calle: “El único problema es que sos de Central” o “Hacete de Newell’s”, hasta ahí. De vez en cuando un “Canallón hijo de puta” aparece, pero son los menos
Ahora que hablamos de Newell´s, te cuento una: Yo duermo hasta tarde casi siempre y solo dos veces me despertó mi mujer antes de las 10 de la mañana. Una fue para decirme que habíamos invadido las Islas Malvinas. Y la otra para contarme que Maradona había firmado para Newell’s. Dos catástrofes.
– ¿Qué serías capaz de resignar por haber sido ídolo de Central?
– (Piensa) Y… por tener una anécdota así, como la de Poy, digamos, podría negociar cinco años de mi vida. Es más, daría todo lo que escribí a cambio de ser ídolo Canalla.
– Ahora, que decís eso, ¿tomás como una fracaso personal que a tu hijo no le guste el fútbol?
– Me gustaría que compartiera el placer por el programa, porque de alguna manera es algo que te acerca. Aunque por otra parte lo veo tan tranquilo los domingos, que me causa envidia. Ni sabe cómo salió Central, no se preocupa y la verdad no me afecta mayormente. Ojo que probé llevarlo a la cancha, pero ¡se dormía! Se acostaba en tres plateas y cuando la gente gritaba se levantaba puteando. Ahí me di cuenta de que no era un programa para él y no insistí más.
– La última. Resignaste, resignás y vas a seguir resignando muchas cosas por el fútbol. ¿Nunca tuvo tu mujer la fantasía de que cambies?
– En mi vida el fútbol ocupa un lugar de privilegio, tal vez exagerado. Uno piensa que con los años se va a volver más sapiente y criterioso, que va a ser como el viejo que le enseñaba a Kung Fu, el sabio. Pero es mentira. Con el fútbol estoy cada vez más intolerante y maniático. Antes, a mi mamá se le ocurría invitarme a su cumpleaños cuando caía justo un día que jugaba Central. Bueno, ahora ya no lo hace porque sabe que no voy. Y mi mujer, Liliana, sabe positivamente que si me llega a decir “El fútbol o yo”, es muy sencilla la respuesta, muy clara, ¿entendés?