Cristina Kirchner imaginaba una gira europea que apuntalara su proyecto de poder hacia las elecciones presidenciales de 2019. Trazó un tour ambicioso por las principales capitales de Europa y rápidamente asumió que su paso por la arena internacional aún era recordado por sus discursos fuera de tono y su ignorancia respecto a los procedimientos básicos de la diplomacia mundial. No hubo un solo jefe de Estado que aceptara recibir a CFK y la bofetada postrera ocurrió en el Vaticano, cuando el papa Francisco ni siquiera contestó un pedido de reunión que llegó por distintos canales religiosos y políticos a Santa Marta.
La ex presidente usufructuó sus vínculos institucionales con el Papa y Francisco puso su otra mejilla consciente de la inestabilidad emocional que exhibía cada vez que hablaban por teléfono o en la intimidad del Vaticano. El Papa conocía qué pensaba CFK sobre su discurso teológico y sus posiciones referidas a la corrupción y el clientelismo político. Pero optó por un silencio piadoso ante la entonces presidente, que usaba los viajes a Roma para pegarse a la imagen de Francisco y utilizar su peso político afuera y adentro de la Argentina.
Sin embargo, el Papa nunca le perdonó a Cristina su traición cuando colocó a Carlos Zannini como candidato a vicepresidente y decidió que Aníbal Fernández compitiera contra Julián Domínguez para dirimir al representante oficial en los comicios a gobernador de la Provincia de Buenos Aires. CFK había jurado a Francisco que Daniel Scioli iba a construir su fórmula y que Domínguez tenía libre el camino para llegar a la gobernación bonaerense. Esa mentira flagrante rompió la relación entre el Papa y la Presidente.
Francisco tiene una relación de años con Scioli y en esa época aún desconfiaba de Mauricio Macri. Cuando se enteró que CFK ponía a Zannini para rodear a Scioli y apostaba a Fernández para gobernar Buenos Aires, su reacción política cruzó como un rayo desde Santa Marta a la Ciudad de Buenos Aires. El Papa siempre desconfió de Aníbal y era obvio cuál sería el papel de Zannini, si Scioli derrotaba a Macri en los comicios presidenciales. Desde ese momento, CFK no logró recuperar la relación con Francisco. Todas sus llamadas quedaban encalladas en la burocracia del Vaticano.
Cristina pensó que el Papa ya había perdonado la felonía. Y diseñó su tour por Europa asumiendo una visita privada a Santa Marta. CFK uso a un religioso de confianza, a un ex diplomático que rebotó sin pudor y a un feligrés que participó de una audiencia pública en la Plaza San Pedro. En todos los casos, Francisco calló y puso su gesto más agrio y reticente.
Y a Cristina le quedó un itinerario módico que incluye una escala en Grecia, otra en Bruselas, y regresar a Buenos Aires para determinar si, finalmente, apuesta su resto político en las elecciones legislativas de octubre. No tendrá foto con el Papa, un artilugio electoral que siempre da buenos resultados en el conurbano bonaerense. Está probado que Francisco no tiene paciencia infinita, aunque CFK piense lo contrario.