Cuando un niño cae o se golpea, la respuesta habitual es llorar como expresión del dolor que le produjo el golpe o simplemente por la frustración de haber fallado en el intento de lo que estaba por realizar. Muchas veces además de llorar busca consuelo en la mamá (o en la persona que se encuentre a su cuidado: el papá, la abuela, la maestra). En ese caso el pequeño se dirige activamente a buscar al adulto para ser consolado. Otras veces aparece el llanto sólo como expresión y no va acompañado de una búsqueda activa de consuelo, pero si la persona que se encuentra cerca ofrece contención, es bien recibida. Y en otras ocasiones el niño llora, expresa malestar pero no busca ni acepta consuelo.
En nuestra cultura, es una respuesta que escuchamos a menudo por parte de los adultos decirle al niño para consolarlo: “ya pasó”, “no pasó nada”, “no fue nada”. Contestación que nos han dado también a muchos de nosotros cuando éramos niños y que repetimos como herencia aceptada de nuestro bagaje cultural ¿Pero nos pusimos a pensar alguna vez que le estamos transmitiendo con esta respuesta? Es como si le dijéramos: “Te golpeaste, pero hagamos de cuenta que no te dolió o que no te frustra haber fallado, así que no llores porque acá no ha ocurrido nada”. Tenemos incorporada una tendencia a negar no sólo lo ocurrido, si no también el sentimiento que esto despierta (enojo, ira, frustración) y más aún su expresión, es decir, el llanto.
¿Qué produce esto en un niño pequeño? Probablemente que no se sienta comprendido ni escuchado, que perciba que no hay lugar para la frustración o el dolor en esa familia y mucho menos para expresarlo. Si un niño vivencia en forma constante y reiterada esta falta de comprensión y de empatía por parte de las personas en quienes confía, es muy probable que aprenda a hacer lo mismo, es decir, a no escuchar ni conectarse con sus propias emociones.
Hoy sabemos que desconocer y negar los sentimientos no es sin consecuencias. Una de ellas y tal vez la más nociva, es la que conduce a no confiar en la información que proviene de nuestro mundo interno. Si las personas que me quieren y me cuidan desoyen mi llanto, niegan mi tristeza o responden con indiferencia, entonces quiere decir que esa información sobre las emociones que recibo desde mi interior no es importante.
Una respuesta muy diferente por parte de un adulto frente a un chico que llora, sería preguntarle qué le ocurre. Si ya tiene edad para responder con palabras, podemos preguntarle si nos quiere contar lo que siente. Y si aún no habla o lo hace de forma muy rudimentaria, podemos ayudarlo a encontrar las palabras más adecuadas para expresar su malestar: ”¿estás triste porque te dolió el golpe?”; ”¿estás enojado porque querías correr muy rápido y te resbalaste?” Validar la emoción de un niño es justamente eso, darle entidad y realidad a lo ocurrido y al mismo tiempo, asociarlo a un sentimiento. De esta manera le estamos enseñando no solo a identificar sus emociones, sino también a reconocerlas y aceptarlas. Le transmitimos que la sensibilidad no es una debilidad si no una fortaleza, que le permitirá estar en contacto con su mundo interno y además que las palabras son un buen medio para expresarlo.