Elecciones 2017: Hoy habría un empate entre candidatos de Vidal y CFK

Si los comicios fueran hoy, la ex Presidente sería competitiva ante cualquiera de los candidatos del gobierno nacional. La estrategia de Sergio Massa y el desconcierto del peronismo

Si se votara hoy, el 33,5% del electorado bonaerense elegiría a un candidato de María Eugenia Vidal y un 32,7% a un candidato de Cristina Elisabet Kirchner. Se trata de la foto anticipada de un proceso electoral no lanzado, al punto que ni siquiera tiene candidatos, pero que deja a las claras que ni la alta imagen positiva de la Gobernadora ni la elevada imagen negativa de la ex Presidente son factores determinantes a la hora de pensar el voto.

Los datos provienen del último monitoreo mensual que realiza la consultora Analía Del Franco en la provincia de Buenos Aires, una muestra de 1300 casos, realizada entre los días 15 y 16 de noviembre. El estudio está siendo analizado por distintas tribus del peronismo bonaerense que pusieron el ojo en otros dos datos igualmente interesantes. Un candidato nominado por Sergio Massa sería elegido por el 16,8% de la población. En tanto, uno propuesto por el Partido Justicialista sacaría 3% de los votos, lo que sumado al 32,7% que sacaría un eventual candidato de Cristina Kirchner superaría en los votos al oficialismo.

Cualquiera que lea esta nota puede creer que falta una eternidad para volver a votar, pero es una percepción errada. Las PASO serán en junio, o sea, dentro de menos de siete meses. Y los candidatos tienen que presentarse en abril, es decir, entre tres y cuatro meses cada colectivo político deberá tener resuelto su oferta electoral. En el medio está el verano. Es por eso que las escuderías ya se están preparando para salir a la pista y buscan decidir cuanto antes su estrategia. Queda muy poco tiempo.
El oficialismo reconoce que no podrá mostrar cambios drásticos en materia de gestión, así que apuesta al liderazgo empático de Vidal y a una reactivación económica que ponga en segundo plano el candidato para liderar las listas. ¿Lilita o el primo Macri? Mientras tanto, rediseñó el gabinete político colocando al peronista Joaquín De la Torre en el Ministerio de Gobierno con el objetivo de ampliar su fuerza territorial en base a liderazgos locales.

Sergio Massa asegura que trabaja bajo el peor de los escenarios, es decir, que se presenten Carrió y Cristina, lo que -en su análisis- lo obligaría a jugar como candidato a senador, “así termino lo que empecé en el 2013”, es decir, derrotar a la ex Presidente.

En caso de que nada de eso suceda, que es lo que cree más probable, sería Margarita Stolbizer la candidata a senadora y Malena Galmarini la candidata a diputada. Como sea, lo que buscará es que el Frente Renovador supere a cualquier coalición peronista, haciendo la “Gran Cafiero”, es decir, ganarle al sello PJ como lo hizo la renovación peronista en 1985 para ir por el control del peronismo dos años después.

No es lo que piensan en el peronismo, claro. En diálogo con Infobae, un diputado peronista bonaerense asegura que las PASO son el instrumento perfecto para dirimir las aspiraciones personales, desde Florencio Randazzo hasta Jorge Taiana, pasando por Julián Domínguez, Daniel Scioli, Juan Manuel Abal Medina y el propio Massa. Exime a Cristina de pasar por ese filtro. “No se va a presentar en la provincia de Buenos Aires ni tampoco en el Sur porque de ningún modo va a dejar que se entrevea que busca impunidad”, es la suposición.
Este dirigente dice que si hoy parece imposible que Massa comparta unas PASO con los demás peronistas, “sólo hay que esperar, en siete meses la economía va a empeorar y el panorama político puede cambiar”. Sin embargo, más bien parece una excusa para desinflar al líder del Frente Renovador, una estrategia que comparte con el oficialismo, que necesita polarizar la elección, convencido de que es el camino más sencillo para ganarla.

En efecto, el Gobierno está obligado a ganar las elecciones. Tendrá dos años muy difíciles si no lo hace y muy probablemente quedará sin chances para el 2019 si pierde. Y aún están muy lejos de tener la victoria asegurada. Pero llegó a la conclusión de que polarizando la elección tienen mejores chances.

Los peronistas y el Frente Renovador, en cambio, no necesitan ganarle a Cambiemos en el 2017. Si lo hacen, mucho mejor para ellos. Pero les alcanza con dejar claro electoralmente quién es el jefe del peronismo, es decir, quién es el jefe de la oposición. Para eso tienen que librar en las próximas elecciones su batalla interna, que será por las urnas lo que, de por sí, es un nuevo paso en la democratización de un movimiento político que no siempre se muestra convencido de las virtudes de las instituciones liberales.

El peronismo bonaerense necesita que en las PASO surja un candidato con la fuerza suficiente para ganarle, como mínimo, a Massa o al candidato o candidata del Frente Renovador en las legislativas. Es decir, un jefe que los encamine a una victoria en el 2019, lo que será imposible sin un primus interpares, un jefe en la provincia de Buenos Aires que pueda posicionarse para las presidenciales.
En ese camino inevitable, el que los tiene que llevar a lograr un ganador claro para el peronismo bonaerense, son infinitas las alternativas que tienen en sus manos. Algunas más tradicionales, como la del presidente del PJ provincial, Fernando Espinoza, que apenas logró atraer a dos intendentes peronistas -son 55- a su acto por el Día de la Militancia que se realizó el último 17 de noviembre. Otras son más creativas.

Es el caso del Movimiento Evita, que paso a paso demuestra que tiene una estrategia de poder propia y original, basada en las organizaciones sociales y el crecimiento del trabajo territorial. Dieron un primer salto a través del buen vínculo que construyeron con Felipe Solá cuando fue gobernador. Ahora con Carolina Stanley, la ministro de Desarrollo Social, pergeñaron algo parecido a una sociedad de beneficio mutuo, que facilita el crecimiento de la organización a través de los fondos que le gira el Estado, a cambio de contención social en estos días difíciles para los que menos tienen.

A La Cámpora no le cae nada bien ese vínculo. Hace tiempo que vienen diciendo que al Evita le cambiaron el nombre por “Movimiento Carolina”, en obvia alusión a Stanley. Pero son chicanas. El viernes La Cámpora sacó un duro comunicado de prensa donde fijó postura sobre el esforzado trabajo que realizan desde hace meses para que el Congreso de la Nación declare la Emergencia Social y el Gobierno disponga la creación de un millón de nuevos puestos de trabajo.

Para la organización liderada por Máximo Kirchner, esa estrategia “termina siendo una oposición ‘permitida'”, que no discute “las bases del modelo”, lo que la transforma en “una maniobra que se utilizó en el pasado para mantener el status quo”.

En el Movimiento Evita aseguran que ese análisis es el mismo que les explicó Cristina cuando fueron a verla a El Calafate. Ratifican, por lo tanto, dos cosas que se conocen. Primero, que La Cámpora es Cristina y nada más. Segundo, que la estrategia de la ex Presidente es muy distinta a la del peronismo que busca un futuro. Al borde del trotskismo, ella necesita deslegitimar toda iniciativa que suponga dialogar con el Gobierno y cualquier construcción política nueva. Debe hacer creer que el presente no existe y que la única vía posible es el eterno retorno a lo que ya está en el pasado.

De todos modos, no le está resultando sencillo. En la semana que pasó hubo tres diputados de La Cámpora -Axel Kicillof, Wado De Pedro y Andrés Larroque- que votaron distinto a Máximo y Juan Cabandié. También hubo militantes de la agrupación ultracristinista que asistieron a la movilización organizada por la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) y la CGT frente al Congreso, a pesar del comunicado camporista.

Tal vez compensó el ánimo de los organizadores, que esperaban 200.000 y convocaron bastante menos, 100.000 dicen ellos en diálogos más francos; 40.000 contó el Gobierno; 30.000 cuantificó la Policía Federal. En el drone de Infobae que recorrió la marcha se vieron todavía menos.

Es el tremendo desafío que tienen estas organizaciones, también el cristinismo. Tal vez electoralmente representen mucho más que lo pueden movilizar. Pero están acostumbrados a un tipo de política que les exige “tomar la calle”, lo que supone un enorme esfuerzo económico y logístico que espanta a los sectores medios y quizás -en estos tiempos líquidos- no sea necesario para la construcción política que viene.