Mauricio Macri llegó al poder con varios mandatos implícitos. Uno de ellos, imperceptible, era cómo lograr gobernar el país con éxito sin ser peronista, teniendo en cuenta además que se venía de una década de aquel signo que no había terminado para nada bien. La respuesta del Presidente fue una administración que tuviese como objetivo la eficiencia,y que sus gestores no fueran necesariamente políticos o ex funcionarios, sino empresarios, emprendedores y bienintencionados. Ese modelo de gestión entra por primera vez en crisis con el tarifazo y sus consecuencias. Y los cimbronazos políticos comienzan a sentirse en el seno de Cambiemos y del PRO: son varias las voces que le manifestaron al Presidente su disconformidad por cómo se maneja el Gobierno. ¿Entenderá Macri que debe dar respuesta a ese reclamo? ¿Está él convencido de que debe dar un cambio en los timones de la administración? ¿Es sólo un problema de nombres?
Vamos a ellos. Juan José Aranguren, el malo de la película por derecho propio, y por obra de varios de sus compañeros de gabinete, que prefieren ver su cuerpo en la hoguera antes que el propio, normalmente tendría sus días contados en cualquier gobierno que se saca el lastre rápido. Sin embargo Aranguren podría ser menos culpable de lo que parece en el tarifazo. Sobre esto volveremos.
Marcos Peña es el jefe de Gabinete y cualquier mención a un mal funcionamiento del gobierno lo afecta. La principal crítica que recibe de dentro del propio gobierno no es por las malas decisiones que toma, sino por las que no frena. De otros. Eso nos remite a los dos hombres más importantes en el poder real de la Casa Rosada, los dos subjefes de Gabinete. Uno es Mario Quintana, actual Secretario de Coordinación Interministerial, y el otro Gustavo Lopetegui, Secretario de Coordinación de Políticas Públicas. Son los gurkas de las grandes decisiones del Gobierno y de las profecías no cumplidas. Y son los preferidos del Presidente.
Las decisiones del dúo Quintana-Lopetegui nos transportan nuevamente al tarifazo y su historia, que comenzó en diciembre. En realidad, antes, cuando las posibilidades de Mauricio Macri de convertirse en Presidente se hacían realidad. Juan José Aranguren -CEO de Shell, y unas de las pocas voces críticas dentro del empresariado contra la década K- ya sabía que en caso de ganar, sería el responsable de la política energética del gobierno. En la máxima reserva armó equipos que se pusieron a trabajar en el más obvio de los objetivos de cualquier nuevo gobierno: aumentar las tarifas de los servicios públicos.
Aranguren le presentó a la plana mayor del Gobierno –léase Macri, Peña, y Quintana/Lopetegui- un plan con cinco opciones de aumentos con progresiones anual o semestral, o directamente una suba de un mes al siguiente. Se optó, por consejo de Quintana-Lopetegui y decisión de Macri, por la propuesta más dura y rápida.
Se comenzaría a aplicar a partir del primero de enero para la luz y del primero de febrero para el gas. El transporte público, resorte de Guillermo Dietrich, quedó para abril. La luz aumentaría en enero para que rápidamente el ciudadano común se diese de cuenta que no se podía seguir durmiendo con el aire acondicionado a 19 grados y en febrero en gas, para ir a acostumbrando al consumidor al aumento en verano, antes de que llegue el invierno.
La borrachera fácil del levantamiento del cepo, la negociación con los holdouts, la diáspora peronista, la evidencia de la corrupción kirchnerista y la luna de miel hicieron postergar la aplicación de los aumentos como estaba previsto. Eran los tiempos del perro Balcarce en el sillón presidencial y de no contar la herencia recibida, siguiendo un consejo -ahora equivocado- de Jaime Durán Barba.
Fue en el verano cuando el dúo Quintana-Lopetegui, jefes reales de, no solo, Aranguren, sino también de Alfonso Prat Gay o de Federico Sturzenegger, alcanzaron sus dos máximas creaciones: la lluvia de dólares de inversiones que están cayendo del cielo junto con la visita deBarack Obama, y “el segundo semestre”, cuya llegada sería el equivalente a la Tierra Prometida de la Biblia. Se dice que comparten autoría con Prat Gay en otros de los yerros: prometer públicamente una inflación del 25% anual, cuando ya en julio se habla de 46% anualizada, y expertos como José Donati, responsable de la medición en la Ciudad, dice que difícilmente el 2016 termine en menos del 40%, al menos en la capital del país.
Todos estos malos cálculos económicos encendieron las luces en otros problemas y obligaron a tomar decisiones ingratas. Frente al peligro de una supuesta híper, subir las tasas del Banco Central a niveles estratosféricos, lo cual por otro lado profundizaría el freno al nivel de actividad de la economía, entre otras razones por la falta de crédito, lo que terminó confirmándose al haber entrado el país en julio en un año completo de recesión.
La otra alarma amarilla-roja fue el déficit fiscal. Es cierto que estuvo contenido en la primera parte del verano, pero como producto del congelamiento de la obra pública.
El aumento de las tarifas públicas, que deberían haber sido decisiones de política energética, se transformó en una necesidad urgente de caja. Expertos del bloque de Diputados del Frente Renovador le hicieron llegar a Sergio Massa un informe en el que señalan que la suba de la luz fue producto de cuestiones energéticas, pero la del gas fue recorte de gasto público, de menor subsidio con un criterio de caja, y nada más. De ahí la brutalidad de las subas. Y de la reacción de la gente.
Un sondeo de opinión de Giacobbe y Asociados terminado el viernes es claro con respecto a lo que piensan los argentinos: un contundente 83,1%de los consultados sostiene que los aumentos deben ser graduales. Solo un 16,4% está a favor de hacerlo en una sola vez, como hizo el gobierno.Sentido común en estado puro.
Fue este cuadro de situación el que provocó hace dos semanas fuertes cortocircuitos entre las principales figuras del gobierno, el Presidente incluido. El “ala política”, representada en Rogelio Frigerio y Emilio Monzó, auspiciados desde la tribuna por Ernesto Sanz y en silencio –raro en ella- por Elisa Carrió (recordar que la líder de CC en su momento publicó tweets críticos de los aumentos), vio su oportunidad y puso el grito en el cielo. Es más: dicen que fue Frigerio el que avisó al Presidente de la ofensiva judicial frenando las tarifas, y Monzó quien propuso prudencia en la presión a la Justicia, concretamente a la Corte Suprema, para destrabar el tema. Todo lo contrario a lo que hizo la Casa Rosada.
¿Está Macri dispuesto a escuchar las críticas, aun las que vienen de su mismo espacio? La historia entrega varias respuestas: en su faceta deportiva el Presidente no despedía técnicos todos los meses antes de la era Bianchi, más bien los sostenía. En el ámbito de la política, salvo cuando el ministro acarreaba un problema en público, también fue partidario de aguantar, a veces más de la cuenta, a sus colaboradores en los cargos. Es un conservador, Macri, a la hora de despedir y cambiar.
Eso debería traducirse en que Marcos Peña puede dormir tranquilo. ¿El resto de los funcionarios también?
El jueves hubo un cacerolazo en todo el país. Hubo espontáneos, militantes y transeúntes. Sergio Berenztein concluyó que fue un semáforo amarillo para el gobierno, teniendo en cuenta que tan sólo transcurrieron siete meses de gestión.
No se trata sólo de que la realidad no es la mejor -eso le puede pasar a cualquier gobierno- sino que los médicos, los funcionarios, prometieron sanaciones que no llegan. Y que lo que es peor: a enfermedades no producidas por este gobierno, sino heredadas.
El segundo semestre no pudo haber comenzado peor con la crisis de las tarifas, cuyo desenlace, la justicia no tiene previsto que sea inmediato. Encima en las últimas horas la Cámara Federal de La Plata no sólo reconfirmó el freno al tarifazo gasífero, sino que avisó que los vecinos del Gran Buenos Aires tampoco deben porque pagar el aumento de la luz. Bingo.
La inflación empezó a ceder, pero menos de lo previsto. El 3% de julio y el aumento de la inflación núcleo ya ponen en tela de juicio la capacidad de pronóstico de varios funcionarios económicos. El déficit fiscal está por la nubes y lejos, muy lejos, de lo que se le prometió a posibles inversores extranjeros, los que por ahora elogian más de lo que invierten. La lluvia en este otoño-invierno, por ahora, es solo de agua, nada de dólares.
El gobierno tiene dos pilares que lo sostienen y le permiten pasar el mal trago: el desorden peronista y la corrupción kirchnerista, cuyos capítulos más fuertes estarían por venir. De acuerdo a fuentes judiciales, en los allanamientos de los últimos días habría aparecido documentación que permitiría esclarecer la ruta mal habida del dinero K y hasta podríaponer en peligro la libertad de Cristina Kirchner.
Pero el interés social por la investigación del mundo K en algún momentotendrá un freno. Y el peronismo, por adentro o por afuera, con estos dirigentes o con otros, comenzará a reordenarse.
También un día, no muy lejano, terminará la buena letra que hacen en el Congreso figuras como Sergio Massa, Diego Bossio o el poderoso Miguel Pichetto.
Y los focos, a la larga o a la corta, se posarán sobre Macri y su gobierno.
Hasta hace un mes, las lejanas elecciones legislativas del año que viene eran un problema para la oposición. También pueden serlo para el Gobierno si no reacciona antes de que sea tarde.
Por Fabián Doman