Las cosas no son fáciles en La Unión, una pequeña comunidad en la periferia de Yoro, una población campesina en el centro-norte de Honduras. La pobreza es universal, escasean los trabajos, las familias numerosas viven apretujadas en casas de adobe y las comidas muchas veces consisten en poco más que maíz y frijoles.
Pero de vez en cuando sucede una cosa asombrosa, algo que hace que los residentes de La Unión se sientan muy especiales: “Cae una lluvia de peces del cielo”, afirman.
Ocurre todos los años —al menos una vez y a menudo más, señalan los residentes— a fines de la primavera y principios del verano. Y sólo bajo condiciones específicas: un aguacero torrencial, con truenos y relámpagos, condiciones tan intensas que nadie se atreve a salir de su casa.
Disipada la tormenta, los aldeanos agarran cubetas y canastas y se dirigen por el camino hacia una pradera hundida donde el suelo estará cubierto de cientos de pequeños peces plateados. Para algunos, es el único momento del año en que tendrán la oportunidad de comer pescado.
“Es un milagro”, explicó Lucio Pérez, de 45 años, un campesino que tiene 17 años viviendo en la comunidad La Unión. “Lo vemos como una bendición de Dios”. El fenómeno ocurre desde hace generaciones, tanto en el pueblo como en sus alrededores, comentan los residentes, y de vez en cuando cambia de lugar. Migró a La Unión hace alrededor de una década.
“En otras partes nadie cree que lluevan peces”, dijo Catalina Garay de 75 años quien con su esposo Esteban Lázaro de 77 criaron nueve hijos en su casa de adobe en La Unión. “Pero llueven peces”.
Algunos residentes atribuyen el suceso a las oraciones de Manuel de Jesús Subirana, un misionario católico de España que a mediados del siglo XIX pidió a Dios que ayudara a aliviar el hambre de la región de Yoro. Poco después de que emitiera su súplica, dice la leyenda, la lluvia de peces comenzó. “La gente lo quería mucho”, dijo José Rigoberto Urbina Velásquez, administrador municipal de Yoro.
Los residentes de inclinación científica postulan que los peces podrían vivir en arroyos o cavernas subterráneos. Estos hábitats se desbordan durante las grandes tormentas y la crecida de las aguas lleva a los peces al nivel del suelo. Una vez que la lluvia se detiene y la inundación retrocede, los peces quedan varados.
Otra teoría es que huracanes marinos succionan peces de cuerpos de agua cercanos —quizá incluso el Océano Atlántico, a unos 70 kilómetros de distancia— y los deposita en Yoro. Si alguien alguna vez hizo un estudio científico del fenómeno, no es ampliamente conocido en este lugar. Y de todas maneras, un número considerable de los residentes probablemente no querría uno.
“Es un secreto que sólo nuestro Señor conoce”, indicó Audelia Hernández González, pastora de una iglesia evangélica en La Unión. “Es una gran bendición porque viene de los cielos”.
El fenómeno está intrincadamente relacionado con la identidad de Yoro y su población de unas 93.000 personas. Hay un festival anual en que las jóvenes compiten para ser electa Señorita Lluvia de Peces; la ganadora del concurso pasea en un carro alegórico en un desfile vestida como sirena.
“Para nosotros es una fuente de orgullo”, dijo Luis Antonio Varela Murillo de 65 años que pasó toda su vida en este poblado. “Lo que no nos gusta es que mucha gente no lo cree”, agregó. “Dice que es pura superstición”.