“Me quiero separar”. Tres palabras concretas, secas, demoledoras… Pero muy difíciles de pronunciar. Muchas mujeres tal vez las piensan todos los días pero tardan años en poder decirlas. A algunas se les pasa la vida tomando la decisión.
“Con Damián teníamos el proyecto de formar una familia. O por lo menos, yo lo tenía. Cada vez que notaba que ya no había pasión entre nosotros, lo minimizaba. Pasaron años, y finalmente cuando nos separamos, no habíamos concretado nada de lo que nos habíamos propuesto”, cuenta Eliana (34), periodista. Su historia es mucho más común de lo que parece. Negar es un mecanismo de defensa y una buena manera de no sentir que se fracasa.
Para Laura Orsi, psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), “todos tenemos miedo a romper: la cuestión es cómo lo resolvemos y cuánto nos paraliza. La sensación de fracaso que algunos sienten tiene que ver con la pérdida de proyectos e ilusiones compartidos. El gran tema es cómo seguir adelante con la vida y el trabajo”, asegura.
Es que terminar con una pareja no sólo implica ponerle fin a una relación sentimental, también supone abandonar rutinas, cambiar de situación económica, mudarse y un montón de etcéteras incómodos. Todo, una excusa perfecta para seguir sosteniendo lo insostenible.
“Poner los hijos, la casa o la familia por delante del sentimiento íntimo de una pareja no sirve para nadie. Es preferible papás separados y felices que dos fieras juntas discutiendo o ignorándose permanentemente”, asegura el doctor Horacio Serebrinsky, terapeuta familiar y director del Escuela Sistémica Argentina.
El reloj de la pareja
Los mandatos sociales también contribuyen. Conocer a alguien-casarse-tener hijos es una trilogía que a veces pesa más en la cabeza de las mujeres que en la de los hombres. La razón es cruel: estamos atadas a nuestros propios ciclos biológicos, mucho más finitos que los de los hombres.
“Las mujeres son más precavidas a la hora de romper, sobre todo cuando están lanzadas a realizar un proyecto de maternidad”, explica Eduardo Drucaroff, miembro de APA. “Son más pacientes con la situación que los varones”, coincide Serebrinsky. No es lo mismo romper a los 20 que a los 35, con el tic tac del reloj biológico sonando detrás de la oreja.
La vida contemporánea tampoco ayuda. Hoy, las aspiraciones profesionales de las mujeres son mucho más fuertes que las que tenían sus madres y abuelas. La maternidad suele postergarse y cuando se siente la necesidad, muchas veces la pareja no atraviesa su mejor momento.
Laura, licenciada en Administración, comenzó terapia psicológica a los 33. Convivía con Alejandro desde los 25. Había logrado todo lo que quería en su carrera profesional. A los 30 se planteó ser mamá, pero quedar embarazada no era tan lineal como cerrar un negocio en la empresa. Probaron de todo. Los fracasos hicieron que Alejandro se replanteara algo más que los ciclos de ovulación de Laura. “Yo seguía enfrascada, enfocada solamente en cómo tener un bebé y no me daba cuenta de que todo se caía a pedazos”, cuenta Laura. Cuando Alejandro dijo basta, todo se vino abajo. Pero a los 35 conoció a Gustavo. Y un año después fue mamá de Ángela.
La pasión todo lo cura, pero, ¿qué pasa cuando sucede al revés? “La separación es traumática, pero vivir una relación sin vida puede ser peor”, diagnostica Orsi. Perdemos un tiempo y una energía vitales para encarar otra relación que sí funcione. Nos exponemos a desilusiones que dificultan recuperarse de la ruptura.
Andrea y Sergio se conocieron porque tenían amigos en común y se pusieron de novios. Venían de mundos idénticos, pero sus almas no eran tan gemelas. Ella era profesional, audaz, autosuficiente. A él le costaba más tomar decisiones, como aprender a conducir o comprar una casa. A pesar de las críticas constantes, ella decidió casarse. Era obvio que la pareja no funcionaba. Duraron dos años casados, cinco tomando el tiempo de noviazgo. Ella fue la que lo terminó.
“Cortar a tiempo es lo más aconsejable, pero tampoco es sencillo distinguir ese ‘a tiempo’ de la falta de compromiso, en una sociedad en la que todo parece descartable. Por otra parte, hacer la propia experiencia es necesario, aunque se intuya que el final va a ser fallido”, opina Drucaroff. El camino puede ser más largo o más corto, pero nunca está libre de lágrimas. Nadie dijo que encontrar al príncipe azul fuera fácil.