Eran íntimos amigos y tenían solo 15 años. Pero últimamente, Alex Pititto, hijo de un capo de la ‘Ndrangheta y último miembro de una larga saga de delincuentes, sospechaba que su colega Francesco andaba detrás de su novia. Nada concreto, algunos gestos, comentarios, miradas… La mosca detrás de la oreja. La gota que colmó el vaso fue ese maldito like que le puso bajo una foto. No tenía que haberlo hecho. Una falta de respeto, pensó Pititto. Así que le citó a las afueras de Mileto, en un precioso campo de olivos para hablar, sin un tema concreto sobre la mesa. Nada más encontrarse, sacó la pistola y le pegó tres tiros a su amigo. Era una cuestión de honor.
Así evoluciona el mundo de las mafias en Italia. Lo han advertido ya todos los informes policiales, judiciales e, incluso, el último libro de Roberto Saviano, La banda de los niños (que se publica en España en otoño). Una novela cuyo arranque es prácticamente calcado a la escena que ocurrió el lunes en Calabria. Los hijos de los grandes exponentes de la Camorra y la ‘Ndrangheta empiezan a reproducir ya los códigos de conducta y supuesto honor que han mamado en casa.
El asesino era hijo de una familia habitual de la crónica negra. Su padre, Salvatore, de 49 años, alias El tío, la madre Maria Antonia Messiano, el hermano de 21 años, el primo Pasquale (cuñado del arrepentido Michel Iannello, el asesino de Nicholas Green), fueron arrestados el pasado enero en la operación Stammer. Eran un clan dedicado al tráfico de cocaína desde Sudamérica. Así que la policía no tiene duda de que el chico recibió una educación delincuencial ortodoxa y cogió la pistola de casa, de uno de los cajones del abuelo.
Lo llamativo del tema es que ambos chicos eran inseparables. En su cuenta de Facebook, como señalaba este miércoles el Corriere della Sera, el asesino había escrito bajo la foto de su amigo: “La amistad es algo en boca de todos, pero en el corazón de muy pocos”. Un asunto, el del corazón, que se presta a múltiples interpretaciones en manos de cualquier capo mafioso. La cuenta en la misma red social de la víctima permanecía activa hoy y su familia había colgado una foto suya donde podía leerse: “Tan perfecto, que los ángeles te han querido con ellos. Te echamos de menos. Buen viaje, Príncipe”. Otro comentario denunciaba cómo los niños en Calabria están cada vez más familiarizados con el uso de armas y reciben una educación violenta en cuyos esquemas no chirría pegarle tres tiros a un amigo.
Todos los expertos en mafias de Italia señalan la peligrosidad que entrañan las nuevas generaciones de babycapos, como los llaman aquí. Son compulsivos, ostentosos, de gatillo fácil y sin ningún miedo a pasar una temporada en la cárcel. “Son jóvenes y tienen toda la vida por delante. Les da exactamente igual”, explicaba recientemente Roberto Saviano en una entrevista con este periódico a propósito de las nuevas bandas de camorristas del centro de Nápoles.
La Repubblica informaba hace unos días de la dentención de un capo camorrista de solo 16 años acusado de la muerte de dos miembros de su mismo clan. La impunidad con la que se movía, la cantidad de dinero que gastaba en champán en la playa con sus amigos o la obscenidad con la que exhibía sus armas y coches (tiene una foto con un Ferrari sin ni siquiera poseer carné de conducir) han hecho saltar todas las alarmas. En uno de los pinchazos que la policía realizó tras el suceso sobre uno de los capos de la banda, padre de otro de los chicos, puede verse cómo funciona el cerebro educativo de los progenitories mafiosos: “Se lo había dicho: ‘No es el momento… cuando llegue el momento te lo diré, pero ahora no lo es”.