Desde la antigua Grecia hasta el Renacimiento, la idea de que las distintas sustancias que nos rodean están formadas por combinaciones diferentes de cuatro elementos básicos (tierra, agua, fuego y aire) en distintas proporciones no parecía descabellada, pero esta hipótesis fue desbancada por completo gracias al desarrollo de la química. El número de elementos conocidos asciende a 120 a día de hoy y, aunque sólo éramos conscientes de la existencia de unos 13 hasta el siglo XVII, entre los siglos XVIII y XIX se habían conseguido aislar casi todos los elementos que aparecen en cantidades considerables y de manera natural en superficie terrestre (unos 90).
Pero, de entre todos estos elementos, el helio es el único que se observó por primera vez fuera de la Tierra.
A principios del siglo XIX se había descubierto que distintas sustancias químicas tienden a absorber longitudes de onda (o colores) diferentes cuando la luz pasa a través de ellos. Este fenómeno venía muy bien a los científicos porque ya no tenían que separar químicamente, purificar y concentrar los elementos que componían una sustancia para ver de qué estaba hecha, un proceso que podía volverse muy largo y costoso. Ahora bastaba con quemarlas, proyectar su luz en una cámara oscura y ver qué colores faltaban.
En 1868, el astrónomo Norman Lockyer estaba usando esta técnica para analizar la luz solar durante un eclipse, precisamente para conocer la mejor la composición de nuestra estrella. Pero, al descomponer la luz del sol, notó que le faltaba un tono específico de amarillo que no se podía explicar por la absorción de ningún otro elemento conocido en aquella época. Lockyer dedujo que este color estaba siendo absorbido por un elemento desconocido que bautizó con el nombre de helio, en honor a la palabra helios con la que los griegos se referían al Sol. Y, en efecto, en 1895, un químico llamado William Ramsay logró aislar un gas a partir de un mineral que contiene uranio que, efectivamente, absorbía los mismos colores que ese elemento que estaba dejando su marca en la luz solar.
Cualquier rastro de helio que hay en la atmósfera se eleva en el cielo y escapa al espacio
Curiosamente, aunque es el segundo elemento más abundante del universo tras el hidrógeno, el helio es un bien escaso en la Tierra porque se encuentra en forma de gas en condiciones normales y, al tener una densidad tan baja, cualquier rastro de helio que hay en la atmósfera se eleva en el cielo y escapa al espacio.
Es por eso que, en la Tierra, el helio sólo se encuentra allí donde hay elementos radiactivos en la corteza terrestre, ya que sus núcleos inestables tienden a deshacerse de dos protones y dos neutrones (un núcleo de helio). Este helio producido por la radiación tiende a acumularse ahí donde puede, como por ejemplo los depósitos de gas natural, y de esta manera podemos extraerlo para elevar zepelines en el aire, enfriar nuestros escáneres de resonancia magnética… O respirarlo para que nuestra voz suene muy aguda.