La afición del Espanyol rinde homenaje en cada partido a Dani Jarque, que falleció víctima de un paro cardiaco en 2009, durante la pretemporada en Italia. Un par de años antes, el jugador del Sevilla Antonio Puerta caía desplomado en el césped en la primera jornada de Liga y, aunque lo reanimaron, tres días después fallecía en el hospital. A otros muchos deportistas les ocurrió lo mismo en el mejor momento de sus carreras, una lista negra a la que se unió el pasado 6 de mayo el internacional camerunés Patrick Ekeng, centrocampista del Dinamo de Bucarest y exjugador del Córdoba, que falleció mientras jugaba un partido de la liga rumana.
Todos ellos se encontraban sanos y estaban controlados por numerosas pruebas médicas en sus respectivos clubes, pero la muerte súbita es así, juegues un partido como profesional o una pachanga entre colegas: la persona cae fulminada, pierde el pulso y, en pocos segundos, el conocimiento y la capacidad de respirar se desvanecen.
La causa puede encontrar explicación en un derrame cerebral o en un infarto, pero se debe también a otras dolencias cardiacas. “Los que fallecen no sabían que estaban enfermos. Se trata de un problema importante que afecta a gente aparentemente sana, deportista y joven”, comenta Antoni Bayés de Luna, investigador del Instituto Catalán de Ciencias Cardiovasculares (ICCC).
A partir de los 35 años, los casos se disparan porque con la edad aumenta el riesgo de cardiopatía isquémica –infarto y angina de pecho–, un problema en el que el corazón deja de recibir la sangre necesaria por la acumulación de placas de grasa en las arterias. Por contra, en los adolescentes y adultos jóvenes se produce por miocardiopatías –enfermedades del músculo cardiaco– ligadas a alteraciones en la pared del corazón y por canalopatías, dolencias referidas a la actividad eléctrica de las células. Los especialistas insisten en la gran importancia del diagnóstico y seguimiento de anomalías cardiacas o ciertas arritmias, aunque el corazón presente una anatomía normal.
Cuidado con el running
Los expertos en cardiología están alarmados por la fiebre del running en España. Que cada vez más gente haga deporte es una buena noticia, pero hay un perfil de población para el que puede entrañar un peligro: los corredores de mediana edad sin una preparación ni asesoramiento previo. Los medios reflejan periódicamente sucesos como la muerte de un corredor de 45 años en la maratón de Barcelona de 2013, lo que ha abierto el debate de si los promotores de estas carreras deberían pedir un certificado médico a los participantes, igual que sucede en países como Francia en el caso de las competiciones de fondo.
No es preciso llegar al nivel de control de un atleta profesional, pero la recomendación de los especialistas para cualquiera que decida practicar deporte pasa por chequearse la presión arterial y someterse a una prueba de esfuerzo. El examen, de una hora aproximadamente, consiste en correr en una cinta o pedalear en una bicicleta estática con diez parches pegados en el pecho para medir la actividad eléctrica del corazón mientras se hace el ejercicio.
También se aconseja un ecocardiograma para observar las distintas estructuras del corazón mientras late. Es la misma técnica que se usa para el diagnóstico y el seguimiento de la mayoría de cardiopatías, ya que ofrece una imagen del órgano mucho más detallada que una radiografía, y además sin radiación. Un examen de estas características cada dos años como medida preventiva es mucho más importante que el equipamiento para la disciplina deportiva que se practique y en el que suele ponerse tanto interés.
El deporte es un factor desencadenante de la muerte súbita, pero sus víctimas se extienden más allá. En la población general es responsable de un 12 % de los fallecimientos, y la gran mayoría se debe a un fallo en el corazón. En España, unas 40.000 personas mueren cada año por esta circunstancia, cifra que multiplica por 35 los fallecimientos por accidente de tráfico que se registraron en 2015.
¿Cómo se puede reducirse la estadística? Ya que en un tercio de los infartos no se llega a tiempo al hospital, los desfibriladores son una buena solución al problema. Porque cada minuto que se demora la intervención tras un infarto, las probabilidades de sobrevivir se reducen entre un 7 % y un 10 %, según los médicos. Además, la rapidez juega un papel clave en las facultades que se conservan después del episodio: mucha gente sobrevive, pero su cerebro resulta dañado porque deja de llegarle oxígeno.
La obsesidad, el tabaquismo, la hipertensión y el colesterol están entre los enemigos que conviene evitar porque todos ellos constituyen factores de riesgo para desarrollar una cardiopatía.