El drama del pueblo mexicano que intenta vivir de coser pelotas

La importación de China y Pakistán, el cultivo de marihuana y la emigración están arrastrando a Chichihualco a la pobreza.

A sus 72 años, Virginia cose hábilmente gruesos parches de vinilo que formarán una pelota de fútbol. Como muchos en Chichihualco, esta anciana subsiste cosiendo a mano coloridos balones, una ardua tarea que aprendió de sus padres y ahora hereda a sus nietos.

A todas horas, siempre hay alguien que zurce pelotas en las estrechas y empinadas calles de piedra de Chichihualco, enclavado entre espesas montañas del empobrecido estado de Guerrero, en el sur de México.

Este poblado vive desde hace medio siglo del fútbol gracias a sus legendarias pelotas artesanales, que llegaron en su mejor época hasta canchas de primera división y de la selección mexicana.

Pero la incursión de la competencia asiática, el narcotráfico y la emigración a Estados Unidos relegaron las tradicionales pelotas a una categoría amateur de mercados populares, e incluso El Tri -que juega en la Copa América este mes- prefiere entrenarse con pelotas importadas.

“Aquí todos cosemos balones: hombres, mujeres, niños… ¡hasta mi esposo! No hay otro trabajo”, cuenta a la AFP Virginia Ramírez, mientras hilvana bajo el techo de palos de su casa. La mujer asegura que puede coser hasta cinco balones en un día. Por cada uno ganará 10 pesos (54 centavos de dólar). “Somos bien pobres, no tenemos ni frijol, ni sal. No tenemos nada”, se lamenta en su casa de piso de tierra.

LA COMPETENCIA VIENE DE ASIA

La leyenda de los balones de Chichihualco arrancó en los años 1960 con el florecimiento de 70 talleres que pusieron a rodar la economía local. Pero ahora sólo quedan 15, con una producción de 15.000 pelotas mensuales contra 60.000 hace 40 años, asegura el alcalde Alfredo Alarcón, que también tiene su propio taller.

“No alcanza ni para el almuerzo. Uno sólo come lo que Diosito nos da”.
Alberto Morales, el primero en fundar un taller en Chichihualco, supervisa con esmero el acabado de los 1.200 pelotas que produce semanalmente y cuyos diseños color rojo carmín, negro brillante o verde limón llevan orgullosamente su marca, “Don Beto”.

Cada una será vendida a un precio de entre tres y cinco dólares, y le dejará una ganancia de ocho centavos. Aunque sale a flote, Don Beto añora la época dorada que se fue a pique por la incursión de China y Pakistán, con pelotas más baratas en el mercado.

“Estamos estancados. No podemos producir más porque no alcanza para reinvertir en material ni maquinaria”, asegura el emprendedor de cabeza blanca.

AMAPOLA Y EMIGRACIÓN

Aunque muchas familias de Chichihualco aún cosen pelotas, cada vez menos aceptan tan ardua tarea por 10 pesos, en una zona clave para el cultivo y tráfico de marihuana y amapola. “Alguna gente ya no quiere coser, prefiere ir a echar (cultivar) amapolita en los cerros. Ganan más”, contó Arturo Alarcón, quien administra otro taller de pelotas fluorescentes junto con sus dos hermanos.

Como numerosas zonas de Guerrero, Chichihualco es presa de los cárteles que, además de presionar a los pobladores para dedicarse al narcotráfico, protagonizan sangrientas disputas entre ellos. Para Alarcón, otra de las razones por las que hay menos costureros es que “70% del pueblo” emigró a Estados Unidos y manda dinero.