No es fácil contar Atacama.
Hace falta poder escuchar los sonidos del silencio para amar el desierto, los inquietantes crujidos de la sal entre las rocas, el rugido del viento sobre los salares.
Hay que poder hundirse sin resistir en su serena inmensidad para comprenderlo.
Alinear cuerpo y alma para abrir los sentidos al intenso paso de la naturaleza.
Por los sobre los 4000 SNM los ánimos se aplacan y la puna impone su rigor. El respirar se vuelve hondo y el andar pausado.
Tienes que dejarte estar en el aquí y ahora, en el presente absoluto.
Entonces y sólo entonces, podrás hacer tuyos los tesoros escondidos en esta insondable soledad, de esta tierra opulenta en minerales y horizontes.
El rosa magenta de los cerros al caer la tarde, el imponente Valle de la Luna con sus caminos cuajados de sal, los cambiantes azules de las lagunas altiplánicas, la fumarola de sus volcanes siempre activos.
Todo se mide aquí en millones de años, tal vez por eso el tiempo no cuenta.
San Pedro de Atacama es la puerta de acceso al desierto no polar más árido del mundo. Un extraño paraíso de 105.000 km cuadrados en el que nunca llueve, de cielos estrellados y campos de lava y sal.
Con sus no más de cinco mil almas el pueblito pequeño y acogedor plantado en el medio del desierto ofrece entrar un mundo de sensaciones extraviados que vale la pena recuperar.
Ver amanecer en El Tatio es casi una experiencia religiosa. Basta tomar la ruta del desierto a la hora en que los cerros se vuelven color caramelo, un camino de ensueño.
De Machuca, con sus casitas de piedra volcánica a los humedales del Putana donde flamencos y patos de la puna comparten hábitat celestial.
Al pasar los 4000 SNM todo vuelve a cambiar. La tierra se cubre de un bello dorado e hirsuto: tolar, coirón y paja brava anuncian el paso de las vicuñas, el más delicado y protegido de los camélidos. También el más codiciado.
La lana de vicuña cotiza como oro en los mercados internacionales. Caza y esquila severamente prohibidas.
En el “tatatío”, como los llaman los lugareños, la tierra bulle al amanecer, incandescentes fumarolas de vapor de agua brotan desde la superficie y el espectáculo deslumbra. El centro geotérmico del desierto con sus 10 km cuadrados de géiseres hiperactivos aporta calor a la helada atmósfera del altiplano.
El Licancabur aguarda en la base el regreso. El “volcán del pueblo” manda imponente en el horizonte
Mires desde donde mires te señala el regreso a casa.
Por Monica Gutiérrez