PARIS.- A los 23 años, a Gustavo Fernández no hay que explicarle el significado de las palabras esfuerzo y superación. Cuando al año y medio le diagnosticaron en Estados Unidos “infarto medular”, una extraña afección que padece una de cada 20 millones de personas en el mundo y que lo paralizó de la cintura para abajo, su vida cambiaría para siempre, al igual que la de sus padres. Pero nada lo frenó. Su padre, el Lobito Fernández, ex basquetbolista que participó en la Liga Nacional, le transmitió la pasión deportiva. Gustavo hizo el resto. Campeón de Roland Garros 2016. Campeón del Australian Open 2017. Campeón de dobles en Wimbledon 2015. Llegó a N° 3 del mundo en tenis adptado. Campeón de la vida.
Hace unos días, tuvo un encuentro muy especial: con el serbio Novak Djokovic. Pero no quiere hablar de ello. “Prefiero guardarlo para mi, si no pierde el valor que tuvo. Lo que más me gustó es que no se mediatizó. Fue muy fuerte, un buen mimo y prefiero que quede así”, se excusa. Minutos antes, en otra demostración de contundencia, acababa de clasificarse para la final tras superar en 1h8m al francés Nicolas Peifer por 6-2 y 6-2. Su rival será el británico Alfie Hewett.
“Llegar a otra final significa mucho, la consistencia y regularidad que veníamos buscando. Vengo jugando grandes partidos y estoy muy satisfecho de este momento de mi carrera. ¿Cuál es el secreto? Siempre se puede mejorar, siempre hay cosas para trabajar. Nadie logra la excelencia total, pero hay algunos que se acercan y la idea es trabajar para conseguir eso. Eso es lo que te inspira y motiva cada día. A medida que vamos subiendo, el camino se hace más fino. Trabajamos para alcanzar el máximo nivel tenístico que yo pueda desplegar en mi vida”, dice el cordobés de Río Tercero.
¿Roland Garros es más especial para él? “Lo hemos hablado muchas veces con mi equipo. Todos los Grand Slam son lindos, cada uno tiene lo suyo. A mi siempre Roland Garros me generó algo diferente, muy particular, que creo que les pasa a todos los argentinos”, explicó.