El Hotel Arbez es un pequeño establecimiento de dos estrellas a cuarenta kilómetros al norte de Ginebra,Suiza. Un agradable y pacífico hotelito de montaña, construido en el siglo XIX en estilo alpino, con sus vigas de madera y su cocina rural, a mil cien metros de altitud, frecuentado por excursionistas y esquiadores. Un hotel de lo más normal salvo por un pequeño detalle. Se encuentra situado exactamente sobre la frontera entre Francia y Suiza y es, probablemente, el único hotel binacional del planeta. El comedor, la cocina, la tienda de recuerdos, los pasillos y varias habitaciones son cruzados por el límite internacional, en un caso único en el mundo. Un tipo que escribe un blog llamado Fronteras sólo puede hacer una cosa cuando conoce la existencia de un lugar así, y es visitarlo. Esta es la historia del hotel donde puedes dormir con la cabeza en Suiza y los pies en Francia.
El Hotel Arbez se puede acceder desde la puerta situada en La Cure, una pequeña comuna suiza del cantón de Vaud, o desde Les Rousses, un pueblo del departamento francés de Jura. La historia del hotel transfronterizo se remonta al siglo XIX. En 1862 los gobiernos helvético y francés acuerdan una modificación de la frontera en el Valle de las Dappes; el tratado, llamado igual que el valle, se firma el 8 de diciembre de 1862, y queda pendiente de ratificación. El texto del tratado establece que ningún edificio existente en el momento de la ratificación se verá afectado por la modificación de la frontera, por lo que un avispado hombre de negocios, Monsieur Ponthus, levanta un edificio en un terreno de su propiedad que se encontraba a ambos lados de la nueva frontera, con la intención de realizar negocios transfronterizos. Lo que viene siendo contrabando. El edificio se alza sobre el solar en un tiempo record (y no sin ciertos problemas con la administración); cuando en febrero de 1863 el tratado es ratificado por el gobierno suizo el edificio de tres plantas ya está construido y no se ve afectado por la entrada en vigor de la demarcación fronteriza. Ponthus abrió un bar en el lado francés y una tienda en el suizo. La tienda existió hasta que en 1921 Jules-Jean Arbeze compra el edificio y lo transforma en el hotel Franco-Suisse, que sigue funcionando nueve décadas después.
El edificio del hotel, junto con otros anexos, está construido justo sobre la frontera. La línea que separa Francia de Suiza cruza todo el edificio. El comedor, empapelado con reportajes de prensa acerca del hotel, tiene delimitado el territorio de cada país por una pareja de banderas suiza y francesa. La línea internacional atraviesa la cocina y sigue hacia la parte trasera del edificio, donde se encuentra una tienda de esquí. Por el camino cruza la escalera hacia las habitaciones, por el escalón número 12. Tres habitaciones son igualmente binacionales, la 6, la 9 y la 12. En las dos primeras se puede dormir con la cabeza en Suiza y los pies en Francia. La tercera se encuentra íntegramente en Suiza, pero el baño se encuentra en Francia, así que es necesario cruzar una frontera internacional para aliviarse.
La excepcional localización del hotel ha propiciado unas cuantas historias curiosas. Durante la II Guerra Mundial Francia fue ocupada por la Alemania Nazi, mientras que Suiza permaneció neutral. Los soldados alemanes podían entrar en el hotel, pero únicamente en la parte situada sobre suelo francés. Para acceder a los pisos superiores era necesario subir por la escalera, pero el territorio suizo comienza en ella, por lo que los pisos superiores se convirtieron en refugio de fugitivos y resistentes. Una célula de la Resistencia se instaló en la planta superior, dedicándose a facilitar la huida de amenazados y perseguidos.
En los años sesenta el hotel fue escenario de unas negociaciones históricas. La guerra de independencia de Argelia había desangrado a Francia durante ocho años, además de provocar una auténtica masacre en la entonces provincia francesa, que dejó un reguero de sangre con más de medio millón de muertos por el camino. La guerra concluyó en 1962 con los acuerdos de Evian, pero hasta la firma parte de las negociaciones se llevaron a cabo en el Hotel Arbez Franco Suisse. La delegación argelina, temerosa de sufrir algún atentado, no quería entrar en territorio francés, mientras que Francia oficialmente no estaba librando una guerra, por lo que tampoco podía internacionalizar el conflicto negociando en el extranjero. La solución fue encontrar un lugar neutral, que fue, claro, el Franco-Suisse.
El hotel no es el único edificio dividido en la zona. La frontera realiza un giro de casi noventa grados a unas decenas de metros del hotel, y se empotra contra un bar en el que la barra hace las veces de frontera, estando el barman en Suiza y los clientes en Francia. Dicho bar está conectado a través de la cocina con una tienda de recuerdos situada íntegramente en Suiza. En el bar la moneda de curso legal es el Euro. En la tienda es el Franco. Aunque lógicamente en ambos lugares aceptan las dos monedas. Sin embargo legalmente los precios tienen que estar en la moneda del país en el que está el negocio. Como el cambio fluctua, en el bar cobran en euros y hacen el cambio a francos, y en la tienda hacen exactamente lo contrario. Los propietarios, por cierto, son los mismos (la misma mujer que me sirvió la Cocacola en el bar me cobró después los imanes, las postales y los bolígrafos en la tienda).
La peculiar situación del hotel llevó a la fundación, en plan de broma, de un principado independiente, Principauté Arbezienne. El autor de la denominación fue un diputado de la Asamblea Francesa llamado Edgar Faure, que reconoció “oficialmente” el principado. Al año siguiente el mismísimo Charles de Gaulle visitó el lugar, convirtiéndose en el primer ciudadano honorífico del principado. Otros destacados franceses que recibieron la “nacionalidad” arbeziana fueron el explorador Paul-Emile Victor, y el escritor ganador del Premio Goncourt Bernard Clavel.
A día de hoy el hotel es un lugar donde huir del mundanal ruido. A la noche le acompaña el silencio propio de las montañas, y el hecho de estar situado en la intersección de dos carreteras apenas quiebra la formidable quietud del lugar. Amantes del esquí, sobre todo del esquí de fondo, muy popular en la zona, son sus principales clientes invernales; en verano, la belleza del lugar y los espectaculares paisajes atraen a muchos turistas hasta allí. Un bisnieto de aquel primer Arbez que se sacó de la manga el primer y único hotel binacional del mundo se encarga de sacar adelante el negocio. Al mediodía y por la noche el comedor francosuizo se llena de excursionistas y vecinos de la comarca que saborean las especialidades del restaurante. En unos años se cumplirá el centenario de este hotel único. Y que nosotros lo veamos.