La alimentación cumple un rol fundamental para la salud. Lo que comemos va a determinar cuestiones que van mucho más allá de la apariencia física, ya que se sabe que existe una relación muy estrecha entre la alimentación y el desarrollo de enfermedades crónicas no transmisibles (obesidad, diabetes, hipertensión, enfermedades cardiovasculares). Ante este escenario, un estudio analizó cómo es la alimentación de los argentinos y cuán adecuados están nuestros hábitos a las recomendaciones de las guías alimentarias. La conclusión fue que apenas el 2% se alimenta cumpliendo con esos consejos.
El trabajo, que será presentado mañana en el Congreso Internacional de Nutrición que se realiza en Buenos Aires, fue realizado por el Centro de Estudios sobre Políticas y Economía de la Alimentación (CEPEA) y analizó las rutinas alimentarias de 1.000 personas de entre 18 y 70 años. Los investigadores detectaron que más de la mitad consume tres o menos veces por semana alimentos o grupos de alimentos de alta densidad de nutrientes. Los cereales integrales son los que tienen menor frecuencia de consumo. De los cinco grupos de alimentos recomendados, sólo un 17% logra cubrir en forma simultánea tres o más de ellos. Y apenas el 1,5% alcanza la recomendación de alimentos de los cinco grupos sugeridos en las guías alimentarias.
Las guías alimentarias para la población argentina (GAPA) fueron actualizadas por el Ministerio de Salud en 2016. Allí, se establecieron 10 mensajes principales que fueron organizados en cinco grupos alimentarios (frutas y verduras; legumbres, cereales, papa, pan y pastas; leche, yogur y quesos; carnes y huevo; aceites, frutos secos y semillas), un grupo de alimentos de consumo ocasional (donde entran los azúcares libres y grasas) y agua.
¿Cuál es su objetivo? Básicamente, difundir conocimientos sobre los grupos de alimentos y establecer comportamientos alimentarios y nutricionales equitativos para las personas.
El nuevo estudio buscó conocer cuál es la frecuencia de consumo de alimentos de alta densidad de nutrientes y poder identificar los nutrientes de mayor riesgo de inadecuación. “En todos los grupos de alimentos de mayor densidad de nutrientes (estos son hortalizas, frutas, cereales integrales, carnes y huevos y lácteos) más de la mitad de la muestra refiere consumos poco frecuentes. La menor frecuencia de consumo diario se observa en cereales integrales”, dice el estudio.
Además, del conjunto de alimentos que son fuente de micronutrientes, más del 75% indica consumo poco frecuente de acelga, zapallo, zanahoria, cereales integrales, pan negro, huevos, legumbres, coles, pescados, hígado y semillas y granos.
Entre las conclusiones, el estudio destaca que hay dos grupos de alimentos en los que el bajo nivel de consumo es crítico: hortalizas y cereales integrales, legumbres, granos y semillas. Y el panorama, en su conjunto, es poco alentador: cuatro de los cinco grupos de alta densidad de nutrientes tienen amplias brechas por mejorar en cuanto a frecuencia y cantidad de consumo. La única excepción, en este último caso, es el grupo de carnes y huevos.
“Actualmente estamos discutiendo posibles regulaciones para bajar el consumo de productos poco saludables, y está bien que lo hagamos, pero en esa discusión estamos perdiendo de vista el muy bajo consumo que hay de alimentos de buena calidad nutricional, que es la otra cara de este tema”, explica a Clarín el licenciado Sergio Britos, nutricionista y autor del trabajo. “Tenemos dos grandes componentes: los alimentos poco saludables cuyo alto consumo es un problema, y los alimentos saludables cuyo bajo consumo es otro problema”, añadió.
“Las guías no se conocen. Todas las escuelas del país tendrían que tener el plato de las guías alimentarias pegado en todos los grados. Y las maestras podrían buscar una conexión para relacionarlas con los contenidos y dar consejos. Eso es sembrar”, sostiene la licenciada en Nutrición Pilar Llanos, docente de la Universidad Barceló del posgrado de médico especialista en Nutrición.
La especialista añade que falta educación y una buena interpretación de las GAPA: “Por qué hay medio plato verde, por qué aparecen los azúcares tan chiquitos, por qué la otra mitad se va distribuyendo entre los otros grupos de alimentos. Todos los alimentos son necesarios, no hay uno que supla todo”, remarca.
“Los mensajes de las guías son muy claros. La clave es organizarse”, apunta la licenciada en Nutrición Silvina Tasat, de la Sociedad Argentina de Nutrición.
Un estudio anterior realizado por CEPEA y la Escuela de Nutrición de la UBA en 2013, hizo el foco en ambos aspectos de este problema en 718 escolares de cinco distritos del país (CABA, La Plata, Gualeguaychú, Córdoba y Salta). En esa oportunidad, realizaron encuestas alimentarias en los niños y midieron la calidad de su dieta. En ese trabajo concluyeron que el 87% de los encuestados tenía un índice por debajo de lo que se consideraba una dieta saludable. A su vez, el 90% de los escolares tuvo bajo consumo de lácteos, hortalizas y frutas en forma simultánea.
“Esto es sinónimo de deficiencia en micronutrientes esenciales”, dice Britos. Y en cuanto al alto consumo de alimentos poco saludables, alcanzó al 22% de la muestra. “El problema de bajo consumo de los saludable es más amplio que lo opuesto. Uno de los ámbitos que debe ser interpelado el de las políticas de educación alimentaria y alimentación escolar. Todos los días 5 millones de chicos comen en las escuelas, deberían recibir a diario por lo menos un vaso de leche o un yogur, una fruta y una bolsita de 30 gramos de frutos secos y granos”, añade.
El Estado, agrega el investigador, “tiene una responsabilidad enorme. Las políticas en materia de alimentación escolar son una oportunidad relevante a la hora de mejorar la situación alimentaria”.
Por Rosario Medina