Comemos con los ojos, la boca y… las orejas. Especialistas de la Universidad de Oxford han demostrado que la percepción del dulzor de un pastel aumenta si al ingerirlo escuchamos sonidos de alta frecuencia. Por su parte, los de baja frecuencia potencian el amargor del café y el gusto del parmesano y de la salsa de soja.
Y hay mucho más. En un entorno ruidoso, la percepción del dulzor de los alimentos se reduce notablemente. Otros experimentos indican que tanto el sabor dulce como el salado pierden fuerza cuando comemos escuchando música alta. Según los expertos, la relación entre audición y gusto no debe sorprender, ya que las ramas bilaterales del nervio facial que llegan a las papilas gustativas cruzan la membrana del tímpano en su camino hacia el cerebro.
Los sonidos también afectan a la saciedad. Así, si oímos cómo crujen las patatas fritas en la boca o el ruido que causa un alimento al masticarlo, ingerimos menos cantidad que si escuchamos música o vemos una película con el volumen alto mientras comemos. Así lo demostró el año pasado un estudio de la Universidad Estatal de Colorado, en EE. UU. Es lo que se conoce como efecto crunch. Gina Mohr, coautora del trabajo, afirma que “los sonidos alimentarios constituyen una señal sensorial importante en la experiencia culinaria”.