Desde que fue elegido Papa el 13 de marzo de 2013 y en la variedad de acciones que emprendió en cuatro años como jefe de la iglesia Católica y de Estado del Vaticano, el papa Francisco trasladó a una dimensión internacional programas y conceptos que llevan la marca registrada de su época como Cardenal Arzobispo de Buenos Aires, en especial su énfasis en el diálogo interreligioso y las críticas a la “cultura del descarte”.
Se trata de ideas que Jorge Bergoglio maduró durante toda una vida de “ser profundamente hijo de su Tierra”, como lo describió en una entrevista a Télam el jesuita Antonio Spadaro.
“Ustedes son nuestros hermanos y hermanas mayores en la fe”, dijo en enero de 2016 Francisco a miembros de la comunidad judía al visitar la Sinagoga de Roma, palabras similares a las pronunciadas en septiembre de 2004 en la Sinagoga de la calle Vidal, en Belgrano: “Hagamos silencio en nuestro corazón y respondamos por nuestro hermano”.
“Sería más fácil si nos viéramos unos a otros como hermanos y hermanas viajando por el mismo camino”, les dijo luego a los musulmanes en Turquía, durante su visita a finales de 2014, lo que evocó sus dichos de mayo de 2004, cuando aseguró en el Centro Islámico de Buenos Aires: “Vine como hermano a estrechar vínculos. Tenemos que cuidar esa herencia que tenemos, que es el hábito de Dios en nuestras vidas”.
Además de esas coincidencias, Francisco dejó claro cuánto pesó su raíz porteña en el eje de su Magisterio. “En Argentina todos somos emigrantes. Por eso allí el diálogo interreligioso es la norma. En la escuela había judíos llegados en su mayoría de Rusia y musulmanes sirios y libaneses, turcos o con el pasaporte del Imperio Otomano”, aseguró a finales de febrero a la revista de los sin techo de Milán, “Scarp de tennis”.
La cristalización de estas experiencias se dio cuando en 2016 el propio Francisco fue el encargado de “bendecir” la expansión a nivel continental del Instituto del Diálogo Interreligioso (IDI) que había impulsado como Arzobispo porteño en 2001 junto al rabino Dany Goldman, el sacerdote Guillermo Marcó y el dirigente musulmán Omar Abboud.
La misma raíz reconoce el Papa para su postura ecuménica, que se visibilizó en su viaje al Cáucaso para encontrarse con ortodoxos o en su visita a Suecia, en octubre de 2016, para conmemorar los 500 años de la reforma de Martín Lutero.
En su vínculo con los luteranos, Francisco rememoró en una larga entrevista en 2016 cuánto incidieron sus años como Arzobispo: “Recuerdo la primera vez que fui a una iglesia luterana, estuve en la misma sede principal en Argentina, en la calle Esmeralda, en Buenos Aires. Tenía 17 años. Esa fue la primera vez que asistía a una celebración luterana. La segunda vez fue una experiencia más fuerte”, expresó.
Incluso en el ámbito geopolítico, una de las mayores dificultades que enfrentó desde su asunción fue el conflicto diplomático con Turquía tras calificar como “genocidio” a la matanza sistemática de armenios a inicios del siglo XX durante una celebración en el Vaticano. El incidente incluyó el retiro del embajador turco ante el Vaticano en 2015 y una serie de ataques de ese gobierno al Papa.
Pero al explicar el porqué del término, que reiteró durante su viaje a Armenia en 2016, el propio Francisco volvió a apelar a sus épocas como Cardenal. “En Argentina, cuando se hablaba del exterminio armenio, siempre se usaba la palabra ‘genocidio’. No conocí otra. En la Catedral de Buenos Aires, en el tercer altar a la izquierda colocamos una cruz de piedra recordando el ‘genocidio armenio'”, sentenció.
La “teoría del descarte” y la dialéctica “centro-periferia”, otros dos conceptos claves de su Pontificado, tienen también una indisimulable raíz porteña.
“La unción nos hace conscientes de las fragilidades de nuestro pueblo, nos impele a salir de nosotros mismos y nos envía a todas las periferias existenciales para sanar, para liberar y anunciar la Buena Nueva”, planteó el entonces cardenal al clero porteño durante la misa Crismal de 2008.
Esas palabras anticiparon las volcadas a fines de 2013 en un videomensaje a los participantes en la peregrinación al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe: “Hay que salir de la propia comunidad y atreverse a llegar a las periferias existenciales que necesitan sentir la cercanía de Dios”, que “no abandona a nadie y siempre muestra su ternura y su misericordia inagotables”.
Su crítica de la “cultura del descarte” que ha convertido en uno de sus estandartes tampoco se puede entender sin rastrear su nacimiento en Buenos Aires.
“Los cristianos no queremos comer solos nuestro pan: ni el de la fe, ni el del trabajo. No queremos aceptar resignados las estadísticas que ya dan por descartados a tantos hermanos nuestros”, aseguró en el Corpus Christi de 2004, cuando, aún en épocas de Juan Pablo II, seguramente nadie imaginaba que menos de diez años después ese Arzobispo iba a repetir el pedido, pero esta vez desde la Plaza San Pedro.
“Hombres y mujeres son sacrificados a los ídolos del beneficio y del consumo: es la ‘cultura del descarte'”, criticó en junio de 2013.
En estos cuatro años, Francisco aplicó en el Vaticano varias experiencias que había desarrollado en Buenos Aires y el caso más paradigmático es la elevación en agosto de 2015 al rango de “Fundación Pontificia” de Scholas Occurrentes, nacida con las iniciativas “Escuela de Vecinos” y “Escuelas hermanas” en sus épocas de cardenal con la idea de hermanar a escuelas de barrios con diverso poder adquisitivo y formar a los alumnos en el compromiso cívico, moral y ciudadano.