En algunas provincias argentinas, sobre todo en las norteñas, la siesta más que una tradición es un ritual impostergable. Por un lapso de unas horas, las ciudades se paralizan mientras sus habitantes descansan, recargan energías. En los centros más cosmopolitas, la siesta se vuelve un hábito imposible debido a las exigencias laborales, a la vorágine frenética.
La duración de la siesta es un dato clave. Por extensas o por breves, pueden no cumplir con los objetivos deseados y, por el contrario, producir el efecto inverso. Levantarse aturdido, con más sueño y menos lucidez. El interés por el descanso se disparó en los últimos tiempos. Ya está vasto comprobado que para mantener el cerebro despierto se necesita dormir y en buenas condiciones. Pero la cantidad de tiempo que se le debería dedicar varía de acuerdo a la edad.
Adultos mayores
Un equipo de investigadores chinos, comandados por el doctor Junxin Li, intentó averiguar las variaciones en los rendimientos mentales de 3.000 adultos mayores de 65 años. La clave del estudio se centró en si los participantes dormían siesta o no y, a su vez, cuántos tiempo implicaban esos descansos en caso de que los tomaran.
Cerca del 60% de los voluntarios afirmaron que tenían la costumbre de dormir después del almuerzo con un promedio fijado en 63 minutos. Los participantes realizaron varias pruebas para evaluar su estado mental. Respondieron a preguntas sencillas -tales como la fecha y la estación del año- e hicieron algunos problemas básicos de matemáticas.
A su vez, se les pidió a los participantes que memorizaran y recordaran palabras, y se les solicitó que copiaran dibujos de figuras geométricas simples. Por último, se les preguntó acerca de sus hábitos de descanso tanto de día como de noche.
Los resultados, publicados en el Journal of the American Geriatrics Society, muestran que la cantidad de tiempo ideal de siesta en los adultos jóvenes es de una hora. Ellos fueron los que se destacaron en las pruebas. Tanto las personas que no tomaban siestas como aquellos que destinaban escaso o excesivos minutos al descanso diurno, experimentaron disminuciones en sus habilidades mentales alrededor entre cuatro y seis veces mayores que los que habían reposado una hora.
Los participantes que no tenían como hábito adquirido tomar una siesta, al igual que quienes dormían menos o más de una hora puntuaron en los test de rapidez mental un promedio normal correspondiente a una persona de 70 años. O sea, 5 años mayor.
Adultos jóvenes
En los adultos de entre 18 y 40 años el concepto “power nap” se ganó su lugar de privilegio en los últimos años. Una investigación japonesa determinó que las siestas ideales para ese rango etario son breves; duran entre 15 y 40 minutos y el horario justo para hacerlo es a las 2 de la tarde.
Las siestas cortas ofrecen una sensación de rejuvenecimiento y recarga de energía para seguir con las obligaciones diarias. Aunque estos descansos produjeron los mayores niveles de lucidez mental y bienestar a las 14, cualquier momento del mediodía y primera tarde -entre las 13 y las 16- también proporciona una renovación cognitiva.
En contraste, los descansos diurnos más prolongados -aquellos que duran más de 60 minutos y hasta alcanzan las dos horas- se basan en un concepto diferente. Allí, la persona intenta atravesar un ciclo completo de sueño para aliviar una cantidad significativa de deuda en el descanso, pero no resultan efectivas al momento de despertar y continuar con la rutina.