Los procesos de inflamación se producen más habitualmente, son más intensos y se mantienen durante más tiempo en los ancianos que sufren dolores que cuando los padecen los jóvenes. Así lo ha puesto de manifiesto un estudio impulsado por un equipo de investigadores de la Universidad de Florida que, en esencia, viene a confirmar lo que todos sospechamos: según envejecemos, todo parece hacernos más daño; esto es, nos volvemos más sensibles al dolor.
Cuando estos expertos indujeron una sensación dolorosa en un grupo de personas mayores sanas –se les aplicó calor en los pies–, observaron que los niveles de proteínas implicadas en la aparición de la inflación se incrementaban considerablemente más que en otro formando por individuos más jóvenes. Del mismo modo, las citocinas antiinflamatorias, unas proteínas que regulan este fenómeno, actuaban más lentamente en el primero.
Los científicos sugieren que la elevada respuesta inflamatoria que se da en los ancianos favorece que lleguen a su cerebro más estímulos dolorosos. Con el tiempo, el sistema nervioso se adapta, lo que les hace más propensos al dolor.
Una de las conclusiones de este ensayo, publicado en la revista Experimental Gerontology, es que, al experimentar más episodios de dolor agudo, las personas mayores podrían corren un mayor riesgo de que este se vuelva crónico. No obstante, los investigadores reconocen que es preciso llevar a cabo nuevos estudios para confirmarlo.