Croacia: historia por las calles de Zagreb

Después de invasiones e incendios, la capital de Croacia conserva murallas renacentistas, construcciones neogóticas y ciudadelas medievales entre dos colinas

Las calles de Zagreb son como las páginas de una historia escrita, reescrita y vuelta a escribir. Una serie de alianzas, invasiones y catástrofes naturales marcaron su arquitectura y modificaron la geografía política de la península balcánica. En efecto, Croacia fue parte del Imperio Austro-Húngaro, formó el Reino de Serbios, Croatas y Eslovenos, que luego se llamó Yugoslavia, y más tarde se transformó en la Yugoslavia comunista de Josip Tito. De este último estado federativo -que formó junto a Bosnia y Herzegovina, Montenegro, Serbia, Eslovenia y Macedonia-, se independizó en 1991. Desde 2013 es miembro de la Unión Europea, aunque mantiene su moneda, la kuna.

Hoy la república croata ocupa 56.594 kilómetros cuadrados. Para darse una idea es un poco más grande que Jujuy. La cuarta parte de la población, casi un millón de habitantes, vive en su capital, Zagreb. Y como si se dividiera en un libro de dos tomos, su centro histórico tiene una zona alta medieval, repartida entre las dos colinas Gradec y Kaptol, y otra baja que conserva la historia más reciente.

Que empiece la función

En la plaza Ban Josip Jelacic hay un escenario con adolescentes que bailan una coreografía descoordinada. Público que alienta, gente que pasa de largo, chicos que corren palomas como en todas las plazas del mundo. Un tranvía azul hace su parada y separa la vereda de la calle, una división que a simple vista es imperceptible. Biram Zivot dice un cartel sobre un camión estacionado junto a cuatro mujeres que reparten folletos y se mezclan con un grupo de encuestadores. Parece una propaganda política, Biram, el candidato. Más tarde me entero que es una campaña contra el aborto. Biram Zivot, en croata, significa “elijo la vida”.

Ban Josip Jelacic es el núcleo urbano, todo lo que pasa, pasa por ahí. Por eso los cambios no le fueron ajenos. Primero se llamó Harmica, cuando en 1641 las autoridades de la ciudad la eligieron como centro de transacciones comerciales. Harmica en húngaro significa “treinta” y era el monto del impuesto aduanero. En 1848 la rebautizaron Ban Josip Jelacic, en honor al general que abolió el sistema feudal y llamó a las primeras elecciones al parlamento. Después de la Segunda Guerra Mundial el régimen comunista de Josip Tito la renombró Trg Republike, Plaza de la República. Finalmente con la independencia de Croacia recuperó el nombre de su prócer, que tiene ahí mismo su monumento ecuestre. Las dos torres finitas que están ahí cerca y se ven desde cualquier punto de la ciudad son parte de la catedral. El nombre completo es Catedral de la Asunción de la Virgen María. Aunque el rey húngaro Ladislav fundó el obispado de Kaptol en 1094, la primera construcción de la iglesia finalizó recién en 1217. Tras un historial de invasiones y catástrofes, las remodelaciones sumaron estilos a su arquitectura gótica. Por empezar, en 1242 llegaron los tártaros y la destruyeron. Luego la invasión turca obligó a reforzar su protección con las murallas renacentistas que todavía se conservan. El campanario barroco se terminó en el siglo XVII, cuando cesó la amenaza. Pero los incendios y un terremoto de 1880 obligaron a reedificarla, esta vez con un toque neogótico y el recambio de torres por las que se ven hoy.
De pronto un aroma dulce y un murmullo indican que el mercado Dolac, el más famoso de todos, está cerca. En croata mercado se dice plac y en Zagreb hay alrededor de veinte. Se podría decir que en cada barrio hay uno. De la mañana al mediodía, los productores ofrecen sus cosechas frescas. La mezcla de frutas, verduras y condimentos dan color y aromas suaves al predio que está al aire libre, apenas cubierto por sombrillas rojas. Esas sombrillas son su distintivo y el ícono con el que todos los plac aparecen señalizados en los mapas turísticos.

Por los caminos del medioevo

Todavía se ven calles que cambiaron de nombre, pero conservan los carteles antiguos en croata y alemán. No recuerdo haber visto si Tkalciceva y Radiceva los tienen, pero las llevo apuntadas porque son las que conectan la zona alta con la baja. Tkalciceva es un paseo peatonal con bares y gran oferta gastronómica, mientras que Radiceva tiene veredas angostas y viviendas que se mezclan con algún comercio.
En cuanto a oferta gastronómica, en Skalinska 5 está Le Struk, un restaurante especializado en preparar strukli. Este plato tradicional es una especie de canelón cubierto con crema que se puede pedir salado o dulce. En el menú lo único que se elige es el relleno y los precios varían de 28 a 35 kunas (un dólar equivale a 7 kunas). Las opciones son: queso, a la pimienta, zapallo con pesto, manzana y canela, arándanos, o nuez y miel; y las porciones abundantes.

Volviendo a la historia, Kamenita es una calle que parece terminar en una arcada oscura. La gente entra y sale, algunos no vuelven a asomar. Más cerca se siente un ambiente místico que flamea como la llama de las velas en penumbras. Adentro, sobre las paredes, se leen nombres escritos y resalta la imagen de una Virgen. Una fila de sillas está llena, no queda lugar para sentarse a mirar la escena. Hay gente que reza, otros que cruzan y siguen. Varias placas repiten la palabra hvala, que en croata significa “gracias”.

En la Edad Media, la ciudadela cerraba sus puertas al atardecer, entonces las campanas sonaban y los habitantes regresaban a sus casas. La puerta de piedra es la única entrada a la ciudad medieval de Gradec que sobrevivió al incendio de 1731. Y la imagen de la Virgen, que se salvó del fuego, hizo de este lugar un santuario.

A pocos metros de ahí, la esquina de Kamenita y Habdeli?a son las coordenadas para encontrar una perla de la zona y no perderla de vista. Se trata de una farmacia detenida en el tiempo, más precisamente en 1355. En una placa afuera del local figura Nicolo Alighieri (bisnieto del autor de La Divina Comedia, Dante Alighieri) como su farmacéutico en 1399.

Centro de Gradec

La plaza San Marcos está vacía y silenciosa como una escenografía fuera del horario de función. En el centro, la famosa iglesia del siglo XIII, con el techo colorido por el escudo del Reino de Croacia, Dalmacia y Eslavonia, y el de la ciudad de Zagreb, tiene las puertas cerradas y no muestra movimiento. Si se mira de frente a su derecha está el Parlamento y a la izquierda Banski dvori, la sede de gobierno y oficina del primer ministro. De a poco, llegan turistas en grupo, en pareja, solos y se paran frente a la iglesia. Pronto empieza el cambio de guardia, una tradición que se repite desde el 23 de abril hasta el 2 de octubre.

Durante los diez minutos de esta marcha sincronizada con tambores que suenan como una batucada, resulta difícil mantener el pie quieto sin seguir el ritmo. Por momentos parece un musical. Los soldados visten uniforme negro con un pañuelo rojo anudado en el cuello. Dicen que en el siglo XVII ese toque de elegancia llamó la atención de Luis XIV, que enseguida lo adoptó y lo puso de moda. Un dato que mucho le habrá gustado a Ante Garmaz es que a partir de ese pañuelo, con otra vuelta de nudo, nació la corbata.

De vuelta a la plaza, durante el cambio de guardia un cañonazo desde la torre Lotrscak anuncia el mediodía. Es la única torre conservada de la fortaleza del siglo XIII. Un grupo de japoneses hace fila para subir a la terraza, llevan las cámaras listas porque saben que el paisaje sobre la ciudad baja es único. Cuenta la historia que cuando los tártaros destruyeron Hungría, su rey Bela IV encontró protección en Zagreb. En agradecimiento le concedió a Gradec el estatus de ciudad real y les regaló a los ciudadanos el cañón que suena cada día.

Ahora si hablamos de regalos, un museo a metros de la plaza San Marcos exhibe una colección de objetos con una carga emocional que ya nadie quiere conservar. El Museo de las Relaciones Rotas vendría a ser una exposición conceptual de finales no felices, entre trágicos y bizarros. Cada objeto lleva un resumen de su anécdota, como la nota que dejó una madre en 2007 antes de suicidarse, muñecos de peluche, o el corcho de la botella de champagne que se tomó una mujer después de separarse de su marido infiel.

La chica que atiende en la entrada habla en voz baja. Por un segundo me siento en la sala de espera de un consultorio con música instrumental y todo. Cobra 30 kunas, pregunta de qué país soy, lo apunta, y ofrece a préstamo una guía en español. Adentro, las salas tienen textos impresos en las paredes, manuscritos y se necesita tiempo si la idea es leer todo. Entre los recuerdos se oyen risas, suspiros, pies que se arrastran y miradas que siguen las letras sobre la pared.

La Estación Central de Trenes tiene vista al verde de la plaza Tomislav, junto a la arquitectura refinada del Pabellón de Arte, con las puntas de la catedral a los lejos y la cadena montañosa Medvednica de fondo. Como buena anfitriona, Zagreb pareciera estar siempre lista para dar la bienvenida, y de paso dejar una buena impresión.

Tomislav fue el primer rey croata en el año 910. Su monumento ecuestre mira hacia la estación y da la espalda al Pabellón de Arte, un edificio historicista construido durante la Exposición Milenaria en Budapest en 1896, que hoy expone muestras de artistas nacionales e internacionales.

Si bien el primer tren a Zagreb llegó en 1862, la estación se terminó de construir en 1892. Ante la necesidad de infraestructura y en especial para recibir a los pasajeros del Oriente Express, en 1925, se inauguró el Hotel Esplanade, al costado de la terminal. Por supuesto, los trajines de la historia no le fueron ajenos. Durante la Segunda Guerra Mundial funcionó como cuartel general de la Gestapo, y los años de posguerra hasta 1960 como un comedor comunitario.

Hacia abajo

El plan urbanístico de la parte baja es claro. Calles planas, edificios de una misma altura y mucho verde. Como el parque Mariscal Tito que da a la entrada del Teatro Nacional, otra construcción de 1895 que se suma al estilo imperial de esta zona que tiene más tráfico y movimiento que el área alta. A pocos metros, la avenida Gunduli?eva termina en Ilica, una de las pocas vías que desde el siglo XV mantiene su nombre. Ilica en realidad comienza en la plaza Ban Josip Jela?i?, y se extiende a lo largo de 6 kilómetros con negocios, teatros y cadenas de comida rápida. Un paseo que cambia el rumbo para alejarse por un rato del circuito turístico.

Por: María Fernanda Lago